lunes, 2 de septiembre de 2013

La historia del sur

Pío Collivadino fue un hijo de inmigrantes que en 1890 logró irse a estudiar pintura a Europa. Cuando volvió, despuntaba el siglo XX y él, criado en La Boca y formado en el academicismo, tomaría estas herencias para pintar al óleo la modernidad porteña a modo de retrato social. Miembro fundador del grupo Nexus, registró los nuevos programas arquitectónicos de Buenos Aires al mismo tiempo que el hábitat de los obreros. Y se focalizó en el sur de Buenos Aires, que conocía tan bien, para pintar esa encrucijada donde el progreso se cruza con la pobreza.


El progreso actual no tiene la forma de un edificio, de un puente o un monumento. La ciudad muchas veces extraña la forma anterior, por lo majestuosa. Todos esos edificios que se ven en los cuadros de Collivadino, todos esos paisajes urbanos de su Barracas natal que siguen ahí, intactos, son lo más importante que se hizo en la historia del sur. La Barracas de hoy los exhibe casi como sus únicas postales victoriosas. El Transbordador, la Vuelta de Rocha, el puente Bosch, el Victorino de la Plaza, el puente Alsina. Lo máximo que ha pasado es un buen reciclaje utilizando la cáscara de la historia. La Usina de la Música, el Mamba, el edificio ampliado de PROA. Da la impresión de que los cuadros de Collivadino podrían haber sido pintados la semana pasada.

En los films no pasa lo mismo. Las películas de época registran indumentarias, cortes de pelo, autos extraños. Moda de antes. Las películas de época nos dicen que esto que fue pintado pasó hace mucho, mucho tiempo.

SUPER USINA PUERTO NUEVO

Pio Collivadino se fue de La Boca a Roma en 1890, a la edad de 21 años. Quería estudiar pintura. El ambiente que dejó acá era el de una gran crisis económica, la primera de la Argentina, durante el gobierno de Juárez Celman. La casa de sus padres era bien pobre, familia de carpinteros lombardos, inmigrantes. Permaneció en Italia durante 16 años. Cuando volvió a la Argentina, encontró una Buenos Aires cambiada: se hallaba en plena conversión a megalópolis moderna. El diploma que traía bajo el brazo era de “fresquista y muralista”.


Era 1906. La ciudad que se estaba levantando tenía nuevos programas de arquitectura. Mercados, bancos, usinas, aduanas, frigoríficos, fábricas y estaciones. Eran edificios utilitarios y urbanos, vinculados con el trabajo y el transporte, a los que la arquitectura academicista no tenía cómo identificar. Las temáticas nuevas necesitaban nuevas imágenes. Los obreros que concurrían a esas fábricas respondían a tareas y modos recién estrenados de enfocar el trabajo, pero en el fondo eran parecidos a la familia de artesanos en la que Collivadino había crecido. Por lo pronto, eran igual de pobres. Vivían, como él, en barriadas. La Boca, San Telmo.

Los programas que el academicismo había abordado hasta ese momento eran catedrales y palacios. Todos grandes edificios del poder. En Buenos Aires el lenguaje era ecléctico: neoclásico o romántico. Por ejemplo, la Catedral de Plaza de Mayo es neoclásica. La de La Plata, neogótica. No hay una imagen oficial a la cual remitirse para un mercado del pescado, para una estación de ferrocarril. No hay un machete histórico aprobado. Todos estos temas heredados de la Revolución Industrial todavía creaban en arquitectos y artistas problemas de lenguaje, cuando no parecía válido utilizar los mismos elementos y la misma sintaxis de los “temas nobles” en “temas profanos” o “mercantiles”.

La pintura de Collivadino nace con estos cambios. Narra desde la alegría y desde el dolor la total monumentalidad del Banco de Boston y la humilde domesticidad de la fachada italiana a la que el laburante regresa cansado. Collivadino no traiciona sus orígenes: los expone. Mira desde ahí como a través de un microscopio.

ESCENA DEL PUERTO

Collivadino pinta la forma de este progreso porteño sin juzgarlo, a modo de retrato social. Va a ser la paleta de estos nuevos programas arquitectónicos y del hábitat de los obreros en simultáneo, antes de la llegada de Quinquela Martín. Intentará hacer un trabajo generalizador, global, que enmarque todo el proceso de mutación laboral. Una especie de tesis gráfica del proletariado. La fábrica y el obrero que trabaja en la fábrica. Normalmente hace un cuadro por tema. Pero en el Barrio de La Quema junta los enunciados, mostrando el contraste progreso-pobreza.

En ese momento la pintura estaba en otra cosa. Los nuevos enunciados son tomados como temas por la fotografía, la filmación. No por el óleo. Era raro que la pintura hiciera eso, ¿para qué estaban las cámaras? ¡El naturalismo era demasiada herramienta para estas postales bastardas! Sus propios compañeros de Nexus, el grupo de vanguardia que ayudó a fundar en 1907, piensan así. Por decirlo de una manera agresiva: continúan con lo que venía, sin ser ruptura. Malharro y Fader siguieron componiendo bucólicos paisajes rurales mientras Collivadino pintaba La Blanca, el frigorífico que estaba en la otra margen de La Negra, sobre la cuenca del Riachuelo. Y también pintaba el cuchitril del obrero en la calle Luna. El farolito a gas de la vereda mal iluminada de Barracas le hizo ganar el mote que los críticos le pusieron: “El pintor de los farolitos”. Lo despectivo del apodo es evidente y tiene que ver con el hecho de que Collivadino fue el pionero incomprendido de las muestras.

En sus pinturas no hay ningún prócer, ningún presidente. No hay edificios del poder político o eclesiástico. Estas imágenes expuestas en el MNBA son una crónica de un futuro que pasó, en un momento en que gente anónima construía monumentos con calificación de “progreso”. Porteños que esperaban con ansiedad un porvenir optimista y benigno. Porteños que fueron, como también seremos nosotros, un tiempito en el tiempo.

Fuente: Página 12

Link: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-9053-2013-08-11.html

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lunes, 2 de septiembre de 2013

La historia del sur

Pío Collivadino fue un hijo de inmigrantes que en 1890 logró irse a estudiar pintura a Europa. Cuando volvió, despuntaba el siglo XX y él, criado en La Boca y formado en el academicismo, tomaría estas herencias para pintar al óleo la modernidad porteña a modo de retrato social. Miembro fundador del grupo Nexus, registró los nuevos programas arquitectónicos de Buenos Aires al mismo tiempo que el hábitat de los obreros. Y se focalizó en el sur de Buenos Aires, que conocía tan bien, para pintar esa encrucijada donde el progreso se cruza con la pobreza.


El progreso actual no tiene la forma de un edificio, de un puente o un monumento. La ciudad muchas veces extraña la forma anterior, por lo majestuosa. Todos esos edificios que se ven en los cuadros de Collivadino, todos esos paisajes urbanos de su Barracas natal que siguen ahí, intactos, son lo más importante que se hizo en la historia del sur. La Barracas de hoy los exhibe casi como sus únicas postales victoriosas. El Transbordador, la Vuelta de Rocha, el puente Bosch, el Victorino de la Plaza, el puente Alsina. Lo máximo que ha pasado es un buen reciclaje utilizando la cáscara de la historia. La Usina de la Música, el Mamba, el edificio ampliado de PROA. Da la impresión de que los cuadros de Collivadino podrían haber sido pintados la semana pasada.

En los films no pasa lo mismo. Las películas de época registran indumentarias, cortes de pelo, autos extraños. Moda de antes. Las películas de época nos dicen que esto que fue pintado pasó hace mucho, mucho tiempo.

SUPER USINA PUERTO NUEVO

Pio Collivadino se fue de La Boca a Roma en 1890, a la edad de 21 años. Quería estudiar pintura. El ambiente que dejó acá era el de una gran crisis económica, la primera de la Argentina, durante el gobierno de Juárez Celman. La casa de sus padres era bien pobre, familia de carpinteros lombardos, inmigrantes. Permaneció en Italia durante 16 años. Cuando volvió a la Argentina, encontró una Buenos Aires cambiada: se hallaba en plena conversión a megalópolis moderna. El diploma que traía bajo el brazo era de “fresquista y muralista”.


Era 1906. La ciudad que se estaba levantando tenía nuevos programas de arquitectura. Mercados, bancos, usinas, aduanas, frigoríficos, fábricas y estaciones. Eran edificios utilitarios y urbanos, vinculados con el trabajo y el transporte, a los que la arquitectura academicista no tenía cómo identificar. Las temáticas nuevas necesitaban nuevas imágenes. Los obreros que concurrían a esas fábricas respondían a tareas y modos recién estrenados de enfocar el trabajo, pero en el fondo eran parecidos a la familia de artesanos en la que Collivadino había crecido. Por lo pronto, eran igual de pobres. Vivían, como él, en barriadas. La Boca, San Telmo.

Los programas que el academicismo había abordado hasta ese momento eran catedrales y palacios. Todos grandes edificios del poder. En Buenos Aires el lenguaje era ecléctico: neoclásico o romántico. Por ejemplo, la Catedral de Plaza de Mayo es neoclásica. La de La Plata, neogótica. No hay una imagen oficial a la cual remitirse para un mercado del pescado, para una estación de ferrocarril. No hay un machete histórico aprobado. Todos estos temas heredados de la Revolución Industrial todavía creaban en arquitectos y artistas problemas de lenguaje, cuando no parecía válido utilizar los mismos elementos y la misma sintaxis de los “temas nobles” en “temas profanos” o “mercantiles”.

La pintura de Collivadino nace con estos cambios. Narra desde la alegría y desde el dolor la total monumentalidad del Banco de Boston y la humilde domesticidad de la fachada italiana a la que el laburante regresa cansado. Collivadino no traiciona sus orígenes: los expone. Mira desde ahí como a través de un microscopio.

ESCENA DEL PUERTO

Collivadino pinta la forma de este progreso porteño sin juzgarlo, a modo de retrato social. Va a ser la paleta de estos nuevos programas arquitectónicos y del hábitat de los obreros en simultáneo, antes de la llegada de Quinquela Martín. Intentará hacer un trabajo generalizador, global, que enmarque todo el proceso de mutación laboral. Una especie de tesis gráfica del proletariado. La fábrica y el obrero que trabaja en la fábrica. Normalmente hace un cuadro por tema. Pero en el Barrio de La Quema junta los enunciados, mostrando el contraste progreso-pobreza.

En ese momento la pintura estaba en otra cosa. Los nuevos enunciados son tomados como temas por la fotografía, la filmación. No por el óleo. Era raro que la pintura hiciera eso, ¿para qué estaban las cámaras? ¡El naturalismo era demasiada herramienta para estas postales bastardas! Sus propios compañeros de Nexus, el grupo de vanguardia que ayudó a fundar en 1907, piensan así. Por decirlo de una manera agresiva: continúan con lo que venía, sin ser ruptura. Malharro y Fader siguieron componiendo bucólicos paisajes rurales mientras Collivadino pintaba La Blanca, el frigorífico que estaba en la otra margen de La Negra, sobre la cuenca del Riachuelo. Y también pintaba el cuchitril del obrero en la calle Luna. El farolito a gas de la vereda mal iluminada de Barracas le hizo ganar el mote que los críticos le pusieron: “El pintor de los farolitos”. Lo despectivo del apodo es evidente y tiene que ver con el hecho de que Collivadino fue el pionero incomprendido de las muestras.

En sus pinturas no hay ningún prócer, ningún presidente. No hay edificios del poder político o eclesiástico. Estas imágenes expuestas en el MNBA son una crónica de un futuro que pasó, en un momento en que gente anónima construía monumentos con calificación de “progreso”. Porteños que esperaban con ansiedad un porvenir optimista y benigno. Porteños que fueron, como también seremos nosotros, un tiempito en el tiempo.

Fuente: Página 12

Link: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-9053-2013-08-11.html

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