Nuestras ciudades crecen y se transforman al ritmo de la población que albergan. En el caso particular de Buenos Aires, uno de los principales desafíos que deberá afrontar en la próxima década está vinculado al fuerte proceso de fragmentación social y urbana por el que atraviesa. El espacio público expresa –cada vez con mayor énfasis– las desigualdades urbanas que asoman en respuesta a las fuertes diferencias sociales, acentuado los contrastes y la distribución asimétrica de oportunidades.
En ese marco, el conjunto de grandes proyectos que acaba de lanzarse no hace más que poner en evidencia un escenario especialmente dirigido a consagrar la segregación en la ciudad. La ejecución de más viviendas de lujo en los bordes de Puerto Madero y de un polo audiovisual en plena zona portuaria, la instalación de un área de transferencia de cargas en el sudoeste de la ciudad y la transformación de playas ferroviarias en torres y shoppings parquizados dan cuenta de esta dinámica instalada. ¿Cuál es la lógica que impulsa a estas decisiones? ¿Quiénes ganan en este juego? ¿Cómo se capitalizan los excedentes de las intervenciones? ¿De qué modo se sostienen los acuerdos? ¿Qué papel se le asigna al planeamien to en la formulación de rumbos y acciones? Las preguntas se disparan en múltiples direcciones mientras crece la frustración ante las respuestas que asoman. Resulta interesante examinar el proceso de toma de decisiones respecto de los destinos futuros de este bien escaso denominado “suelo urbanizable”.
Los últimos reservorios de tierra que disponía la ciudad acaban de ser redefinidos en términos de calificación del suelo y de capacidad edificatoria. Por acuerdo entre los gobiernos nacional y local, las grandes playas ferroviarias de Buenos Aires han sido destinadas a equipamiento social y recreativo en dos tercios de su superficie y a vivienda de alta densidad y actividades comerciales y de servicios, en el tercio restante.
En primer lugar, debe destacarse que la ciudad insumió más de una década para formular las reglas de juego en materia de desarrollo urbanístico y que cuyo primer documento-acuerdo fue el Plan Urbano Ambiental. Allí se logran condensar de manera cierta las voluntades de la comunidad en un horizonte de ciudad deseada hacia donde transitar durante los próximos años.
En tal contexto, las playas ferroviarias forman parte del preciado acervo de oportunidades para promover el postergado reequilibrio territorial. Estos grandes vacíos urbanos, que han perdido su función de origen, hoy se encuentran en situación de vacancia u obsolescencia e inmersos en un proceso de subutilización, degradación e intrusión.
Así las cosas, el modelo urbano propuesto le asigna a estos lugares un doble carácter: como suelo absorbente para atender dinámicas hidráulicas y como espacio verde público para usos recreativos que equiparen su acceso al conjunto de la población. Pero este relato se interrumpe cuando, repentinamente, se asumen otros desafíos.
En el marco del Plan Urbano Ambiental, las playas ferroviarias estaban destinadas –luego de intensos y prolongados debates– a la creación de importantes parques públicos para uso recreativo. Pero en el nuevo escenario devienen en áreas de especulación inmobiliaria para desarrollo intensivo.
El Estado Nacional aportó las tierras desafectadas del uso ferroviario y el gobierno local, los indicadores urbanísticos. Mediante un sistema de concursos, se buscaron las mejores ideas para desarrollar el plan maestro de cada sector. Sin embargo, las decisiones sobre el devenir ya habían sido echadas a suerte. Los nuevos proyectos urbanos despilfarran los últimos reservorios de suelo de la ciudad para contribuir al impostergable reequilibrio territorial.
Con esta lógica, el declamado rescate propugnado a los postergados barrios del sur queda reducido a un inocuo discurso para tiempos de campaña. Prevalecen, en cambio, acciones destinadas a fomentar la exclusión en la sociedad, a acrecentar la riqueza en barrios ricos y a condenar en pobreza a barrios pobres, como principios innegociables que como porteños sostenemos.
Hacia una revisión de principios Buenos Aires es un territorio de exuberancia, de creatividad, de productividad. Y, también, es un territorio de contención a segmentos de población cada vez más pobre y excluida. Este escenario conduce inexorablemente a que la ciudad profundice las desigualdades entre sus habitantes, que acentúe las disparidades en el acceso a bienes y servicios, y que incremente los niveles de conflictividad y de violencia urbana.
Estas desigualdades se expresan en las posibilidades dispares de acceso a la tierra, a la vivienda, a los servicios básicos, a la educación, al empleo, al crédito. Así, la participación efectiva de los distintos sectores sociales al espacio construido tiende a ser cada vez más diferencial, con mayores asimetrías de la población en el derecho real a la ciudad.
En consecuencia, es necesario comprender la magnitud de los procesos implícitos instalados en la ciudad para habilitar luego la aplicación de políticas públicas por segmentos etarios, por diferencias de género, por localización territorial. Buenos Aires requiere entonces recuperar aquellos principios de equidad, de igualdad de oportunidades, de justicia social y, también, de sostenibilidad y corresponsabilidad en las decisiones de interés público. Quizás sea hora de desempolvar aquellas locas utopías…
Fuente: Clarin
Link: http://arq.clarin.com/urbano/Solo-profundizara-segregacion_0_952705104.html
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