No podemos considerar al Parque Lezama como un parque más de Buenos Aires sin hacer honor a la carga simbólica, histórica y paisajística que representa en sí mismo.
Quizás todos recordemos que en sus jardines se levanta el Museo Histórico Nacional, o que en un banco de sus senderos se encontraron los personajes que dieron vida a Sobre héroes y tumbas, la novela de Ernesto Sábato....
El Parque Lezama es todo eso y mucho más aún, es toda una realidad que habla por sí misma de la historia nacional, de la idiosincrasia y de la identidad de los porteños.
Por ello, el debate sobre su recuperación merece un conocimiento profundo de sus cualidades y un juicio justo sobre su intervención.
Como integrante del equipo que realizó la propuesta de recuperación en 2008 (formado entre otros por Sonia Berjman, Ana M. Ricciardi, Carlos Jankilevich, Fabio Solari, Marcelo Magadán, y María del Carmen Magaz), deseo compartir algunas de las conclusiones abordadas para esclarecer el panorama en medio de las distintas opiniones en curso.
En primer lugar, su ubicación geográfica se destaca la “topografía de barranca”, un relieve característico de la pampa que comienza en Rosario y termina en el Parque Lezama.
Históricamente guarda la memoria de las primeras “barracas” donde se alojaban los esclavos traídos por la Compañía negrera inglesa. Más tarde fue sitio elegido para quinta de los primeros británicos asentados en las afueras de la ciudad, cuando a principios del siglo XIX las quintas de veraneo eran toda una novedad entre los porteños. Hacia mediados del siglo XIX, su propietario, José Gregorio Lezama, hizo de ella un ejemplo único en el país trayendo a Charles Vereecke, un jardinero holandés que reproducía las semillas y gajos enviados desde Europa, quien realizó un verdadero jardín botánico y vivero comercial cuando aún no contábamos con esas instituciones en el país.
Hacia 1894 el Municipio compró la quinta para realizar un Parque Público Modelo. A lo largo de los años fue sumando cualidades paisajísticas: la modernización de Charles Thays en 1897, los arreglos de Benito Carrasco en 1917, y los de Carlos León Thays (h) en 1937. Todo esto hizo del parque una unidad espacial-vegetal donde la ornamentación cobró importancia decisiva gracias a la Fuente de Neptuno (escultura de la fundición Val D’Osne de París), Las Cuatro Estaciones, el monumento a la Confraternidad Argentino Uruguaya, Pedro de Mendoza, el Templete Romano; el Sendero de los Copones, La Loba Romana y los “grutescos”, imitación de rocas y troncos de típica inspiración romántica.
Sus viejos árboles permanecen aún en pie resistiendo el vandalismo: una colección de cinco variedades de araucarias; palmeras de diverso género (Phoenix, Washingtonia, Siagrus,) las magnolias más antiguas del país, tipas, plátanos, celtis, olmos y los característicos ombúes que hacen del parque una verdadera pieza “criolla” del paisaje.
La gran mayoría de los árboles pertenece al siglos XIX y principios del siglo XX. La pérdida paulatina de ejemplares arbóreos originales ha dejado un deterioro en la imagen del parque como unidad espacial.
Su trazado fue evolucionando, expresando un espíritu intimista propio de la quinta de origen, donde los senderos curvos, los jardines sombreados y los miradores sobre la barranca eran sus más preciados valores. A partir de la década de 1970, comenzó la degradación del parque en su aspecto vegetal, ornamental y simbólico. Cambios en su trazado hicieron perder el mensaje original de jardín finisecular, priorizando la circulación rápida de peatones y perdiendo el recorrido lento de sus paseos.
Sus casi 8 hectáreas se vieron libres de la reja original cuando el intendente José Guerrico decidió levantarla para abrir el espacio sin restricciones horarias, como lo hizo en otros parques de la ciudad. Pocos años después, en 1937, las crónicas periodísticas daban cuenta de la necesidad de volver a colocar las rejas para proteger sus valores.
Hacia 2008, la encuesta realizada por el CGP1 arroja una imagen positiva del parque en 93%, un uso diario del 55%, un uso durante días de semana del 60% y una aprobación de la colocación de rejas del 55% de los usuarios.
El plan de recuperación propuesto en 2008 priorizó el “corte histórico” del plano de 1940, considerando que en ese momento el parque había llegado al mayor grado de expresión de sus valores paisajísticos. Para ello será necesario recuperar el “carácter intimista” perdido con los años y que sólo se logrará recuperando los antiguos senderos curvos, los jardines perfumados y los árboles muertos, y restaurando toda su ornamentación. En esta propuesta, la colocación de la reja es indispensable, para evitar mayores erogaciones por mantenimiento y daños causados por vandalismo. Asimismo, deberá tenerse en cuenta la reorganización de usos que degradan al parque como tal. Por ello, la feria conocida como “Ferizama” se ubicó por fuera del parque, en un ensanche de vereda sobre la calle Martín García, a fin de mantener la feria en su lugar, pero sin interferir con la vivencia del parque.
En conclusión, hemos recibido un parque que guarda valores propios desde el punto de vista paisajístico, histórico, botánico, urbanístico y social. Hagamos lo necesario para que nuestros hijos puedan reconocer, en el Parque Lezama, la esencia que aún le da vida.
Fuente:Clarin
Link: http://arq.clarin.com/urbano/rejas-ayudaran-Parque-Lezama_0_965303851.html
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