domingo, 3 de junio de 2012

S.O.S Europa. Encadenados a la hipotéca

Hace apenas unos años cualquier postal realista del territorio español debía incluir enormes grúas de construcción. Se encontraban por doquier. No había fotografía que pudiera borrarlas. No había pueblo que se librara. Desde la región cantábrica hasta Gibraltar, desde Barcelona hasta Galicia. En tren, en coche o en barco por las costas. Allí por donde se miraba, allí aparecían las grúas que levantaban al país. Era imposible no verlo. El virus de la burbuja inmobiliaria estaba instalado.

En la actualidad las carreteras están bien asfaltadas y las ciudades se han renovado. Se nota que España ha saboreado el elixir de la prosperidad. Pero también se nota que el sueño estaba montado sobre ladrillos de cristal fino. Apenas si queda alguna grúa, muchas fábricas han cerrado sus puertas y la nueva postal contiene cientos de departamentos vacíos, y obras públicas que se han quedado a mitad de camino.

En la calle se habla de miedo, despidos masivos, prejubilaciones y créditos hipotecarios con intereses que duplican el precio de venta de las viviendas.

"Yo he ascendido como un avión. He tenido años muy buenos y luego he caído en picada. Y ahora estoy aquí, luchando." Así resume su situación Matías González, un barcelonés separado, de 56 años, ex comerciante, padre de tres hijos e hipotecado hasta los dientes. Antiguo dueño de un bar, hace más de dos años que no paga la hipoteca. Ante la desesperación de perderlo todo, cayó en el error de pedir un crédito tras otro, y además debe meses de recibos de luz o gas. El resultado es difícil de creer. Su casa ya no es de él, sino de la entidad financiera, y aunque la deje seguirá endeudado de por vida. O lo que es peor: de camino habrá hipotecado la vida de una de sus hijas, de 23 años, también desempleada, que pensando que la crisis se resolvería pronto ha firmado como garante para que su padre no se quedara en la calle.

La deuda de España es principalmente una deuda privada: una deuda adquirida por los ciudadanos con el banco de la vuelta de la esquina, allí mismo donde se podía pagar el recibo de la luz u obtener el dinero para el sueño de la casa propia con casi la misma rapidez. González ni siquiera adquirió su deuda para comprarse un departamento nuevo. Estaba a punto de terminar de pagar el suyo cuando inició una reforma del bar, para insonorizarlo y no molestar a los vecinos con el ruido. Puso su casa como garantía y todo iba bien. Frente a su bar había una fábrica y muy cerca, una escuela. Los obreros venían a desayunar o a almorzar. Los padres de la escuela pedían menús. Las cuentas cerraban.

"Cuando pedí mi crédito -recuerda- te ofrecían préstamos todo el rato. Era muy fácil hacerlo y podía engancharse cualquiera. Tenías trabajo, parecía duradero y, por lo menos en mi caso, el monto que debía pagar no era exagerado respecto de lo que ganaba." Hasta que comenzó la crisis. El calvario: la fábrica despidió a los obreros, los padres se fueron a comer a casa. Los vecinos dejaron de ir, y aquellos a los que fiaba cervezas y cafés nunca más volvieron. El iba dejando facturas pendientes, la luz, el gas, el agua y los proveedores. Hasta que cerró sus puertas por completo.

En la actualidad asiste cada lunes al local de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, una entidad de autoayuda de vecinos hipotecados que acuden en masa con familias y pancartas cuando hay algún desalojo anunciado por un juez, para paralizar a la policía. El lugar siempre está a reventar de gente. Llegan españoles, inmigrantes, ancianos, jóvenes y familias con niños. Todos están desesperados.

Si se mira con frialdad, González es un afortunado: ha logrado frenar su desalojo en tres oportunidades. La primera vez, una abogada de la Plataforma fue al inmueble y simplemente entregó un escrito al municipio y logró frenar la expulsión. La segunda, tras el anuncio de que debía dejar la casa, estuvo todo el día arropado por más de 300 personas, vecinos, hipotecados, el diario El País, la Televisión Española, otros tantos medios de comunicación y el párroco del barrio. La tercera fue igual que la segunda. Y ahora, hace meses que no recibe notificaciones.

Con su insistencia ha conseguido que el Estado le otorgue un departamento de emergencia, remodelado y con mucha luz, pero -eso sí- cerca de La Mina, una zona de Barcelona que es un gueto de pobreza, con mucha conflictividad. Para llegar hasta el departamento desde el subte más cercano debe pasar por una zona franca en la que los comerciantes temen por los robos si tienen que sacar mercancía de madrugada. Luego, un descampado lleno de basura y un puente abandonado sobre unas vías de tren.

"Si me quitan el departamento, que me lo quiten, pero que no molesten a mi hija, que ha hipotecado su vida por mi culpa -dice González-. Que se queden con él como forma de pago y nos dejen en paz, de una vez por todas." La Plataforma de Afectados por la Hipoteca lucha para conseguir que el gobierno apruebe una ley realista de dación en pago; es decir, que permita que la gente salde su deuda con la entrega de la casa. En Estados Unidos hoy esto es una práctica común (según el Estado). Mariano Rajoy ya ha aprobado una regulación, pero es tan restrictiva que, según la Plataforma, sólo se ha podido aplicar a una persona de todos los vecinos que piden ayuda.

A González ese apoyo vecinal le ha dado fuerzas para seguir en pie. Tal vez por eso, su casa se parece más al local de una asociación sindical que al hogar que solía ser cuando el progreso le abría las puertas de la clase media. "Aquí se podría haber hecho una reforma chula- sueña, mientras pasea por las habitaciones-. Este departamento es un caramelo para los bancos."

Fuente: La Nacion Revista

Link: http://www.lanacion.com.ar/1478480-sos-europa

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domingo, 3 de junio de 2012

S.O.S Europa. Encadenados a la hipotéca

Hace apenas unos años cualquier postal realista del territorio español debía incluir enormes grúas de construcción. Se encontraban por doquier. No había fotografía que pudiera borrarlas. No había pueblo que se librara. Desde la región cantábrica hasta Gibraltar, desde Barcelona hasta Galicia. En tren, en coche o en barco por las costas. Allí por donde se miraba, allí aparecían las grúas que levantaban al país. Era imposible no verlo. El virus de la burbuja inmobiliaria estaba instalado.

En la actualidad las carreteras están bien asfaltadas y las ciudades se han renovado. Se nota que España ha saboreado el elixir de la prosperidad. Pero también se nota que el sueño estaba montado sobre ladrillos de cristal fino. Apenas si queda alguna grúa, muchas fábricas han cerrado sus puertas y la nueva postal contiene cientos de departamentos vacíos, y obras públicas que se han quedado a mitad de camino.

En la calle se habla de miedo, despidos masivos, prejubilaciones y créditos hipotecarios con intereses que duplican el precio de venta de las viviendas.

"Yo he ascendido como un avión. He tenido años muy buenos y luego he caído en picada. Y ahora estoy aquí, luchando." Así resume su situación Matías González, un barcelonés separado, de 56 años, ex comerciante, padre de tres hijos e hipotecado hasta los dientes. Antiguo dueño de un bar, hace más de dos años que no paga la hipoteca. Ante la desesperación de perderlo todo, cayó en el error de pedir un crédito tras otro, y además debe meses de recibos de luz o gas. El resultado es difícil de creer. Su casa ya no es de él, sino de la entidad financiera, y aunque la deje seguirá endeudado de por vida. O lo que es peor: de camino habrá hipotecado la vida de una de sus hijas, de 23 años, también desempleada, que pensando que la crisis se resolvería pronto ha firmado como garante para que su padre no se quedara en la calle.

La deuda de España es principalmente una deuda privada: una deuda adquirida por los ciudadanos con el banco de la vuelta de la esquina, allí mismo donde se podía pagar el recibo de la luz u obtener el dinero para el sueño de la casa propia con casi la misma rapidez. González ni siquiera adquirió su deuda para comprarse un departamento nuevo. Estaba a punto de terminar de pagar el suyo cuando inició una reforma del bar, para insonorizarlo y no molestar a los vecinos con el ruido. Puso su casa como garantía y todo iba bien. Frente a su bar había una fábrica y muy cerca, una escuela. Los obreros venían a desayunar o a almorzar. Los padres de la escuela pedían menús. Las cuentas cerraban.

"Cuando pedí mi crédito -recuerda- te ofrecían préstamos todo el rato. Era muy fácil hacerlo y podía engancharse cualquiera. Tenías trabajo, parecía duradero y, por lo menos en mi caso, el monto que debía pagar no era exagerado respecto de lo que ganaba." Hasta que comenzó la crisis. El calvario: la fábrica despidió a los obreros, los padres se fueron a comer a casa. Los vecinos dejaron de ir, y aquellos a los que fiaba cervezas y cafés nunca más volvieron. El iba dejando facturas pendientes, la luz, el gas, el agua y los proveedores. Hasta que cerró sus puertas por completo.

En la actualidad asiste cada lunes al local de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, una entidad de autoayuda de vecinos hipotecados que acuden en masa con familias y pancartas cuando hay algún desalojo anunciado por un juez, para paralizar a la policía. El lugar siempre está a reventar de gente. Llegan españoles, inmigrantes, ancianos, jóvenes y familias con niños. Todos están desesperados.

Si se mira con frialdad, González es un afortunado: ha logrado frenar su desalojo en tres oportunidades. La primera vez, una abogada de la Plataforma fue al inmueble y simplemente entregó un escrito al municipio y logró frenar la expulsión. La segunda, tras el anuncio de que debía dejar la casa, estuvo todo el día arropado por más de 300 personas, vecinos, hipotecados, el diario El País, la Televisión Española, otros tantos medios de comunicación y el párroco del barrio. La tercera fue igual que la segunda. Y ahora, hace meses que no recibe notificaciones.

Con su insistencia ha conseguido que el Estado le otorgue un departamento de emergencia, remodelado y con mucha luz, pero -eso sí- cerca de La Mina, una zona de Barcelona que es un gueto de pobreza, con mucha conflictividad. Para llegar hasta el departamento desde el subte más cercano debe pasar por una zona franca en la que los comerciantes temen por los robos si tienen que sacar mercancía de madrugada. Luego, un descampado lleno de basura y un puente abandonado sobre unas vías de tren.

"Si me quitan el departamento, que me lo quiten, pero que no molesten a mi hija, que ha hipotecado su vida por mi culpa -dice González-. Que se queden con él como forma de pago y nos dejen en paz, de una vez por todas." La Plataforma de Afectados por la Hipoteca lucha para conseguir que el gobierno apruebe una ley realista de dación en pago; es decir, que permita que la gente salde su deuda con la entrega de la casa. En Estados Unidos hoy esto es una práctica común (según el Estado). Mariano Rajoy ya ha aprobado una regulación, pero es tan restrictiva que, según la Plataforma, sólo se ha podido aplicar a una persona de todos los vecinos que piden ayuda.

A González ese apoyo vecinal le ha dado fuerzas para seguir en pie. Tal vez por eso, su casa se parece más al local de una asociación sindical que al hogar que solía ser cuando el progreso le abría las puertas de la clase media. "Aquí se podría haber hecho una reforma chula- sueña, mientras pasea por las habitaciones-. Este departamento es un caramelo para los bancos."

Fuente: La Nacion Revista

Link: http://www.lanacion.com.ar/1478480-sos-europa

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