jueves, 1 de mayo de 2014

China, ante la mayor destrucción inmobiliaria de la historia

Para albergar a la nueva migración, Pekín ha demolido miles de viviendas antiguas y construye nuevos barrios; los expertos alertan sobre una burbuja especulativa


PEKÍN.- La zona de Qianmen era un conjunto de casas bajas y humildes, con calles estrechas y viviendas de una habitación. Había que cocinar en el patio interior o directamente en la calle y usar el baño público.

Se trataba del límite entre la ciudad tártara (interior) y la ciudad china (exterior), uno de los centros de comercio más importantes de Pekín en la época imperial, y aún hoy puede verse uno de los pocos extremos que quedan de la muralla interior que dividía la ciudad.

Hoy, sin embargo, poco queda de la verdadera Qianmen. Su calle principal es moderna y bien iluminada. No faltan los negocios de Zara, H&M, McDonald's, KFC y más. Fue reconstruida enteramente, al estilo antiguo, pero sin un vestigio de restauración.

Esto sucede en gran parte del país. El fenómeno comenzó hace décadas, pero se intensificó en el último año ante la decisión -y necesidad- de China de motorizar su demanda interna y ante la perspectiva de una mayor migración del campo a la ciudad. Hoy se demuelen millones de metros cuadrados antiguos para construir nuevas avenidas, lujosos condominios y shopping centers. Esta desconstrucción es la mayor obra de demolición de la historia. Nunca una civilización había destruido tanto.

El gobierno prevé que en los próximos 10 años 250 millones de personas llegarán a las ciudades desde el campo. Junto con los 200 millones que ya viven en las urbes chinas, ellas darán forma a la migración interna más populosa de la historia. Y para soportar estos cambios poblacionales, viene una forzosa renovación de los espacios en las ciudades.

Un estándar del urbanismo, establecido poco después de la Segunda Guerra Mundial, dice que cada ser humano necesita un mínimo de 10 metros cuadrados de espacio para vivir. Las ciudades chinas necesitarán 2,5 millones de metros cuadrados más de espacios habitables para recibir esta nueva migración.

En China existen 70 ciudades superpobladas, según estudios oficiales, y para aliviarlas se crearon 640 ciudades nuevas en los últimos 10 años. El primer ministro chino, Li Keqiang, ya dijo en repetidas ocasiones que la urbanización es el futuro del país, pues de ella depende mejorar las condiciones de vida para la gran mayoría de los chinos.

Pero la nueva migración borra las marcas de los residentes anteriores. Durante estos últimos quince años, uno de cada tres edificios históricos de Pekín fue destruido y uno de cada tres fue remodelado en más de un 50%, según el Centro de Protección de la Herencia Cultural de Pekín (CHP, por sus siglas en inglés).

Desde los años 90, cuando comenzó la fiebre de la construcción en China, cerca de 2000 hutongs-barrios tradicionales chinos- fueron reemplazados por barrios de rascacielos en Pekín. De los cerca de 1100 que quedan, 600 se encuentran en zonas protegidas, mientras que 500 aún están en peligro de ser destruidos, según el CHP.

"Durante la Revolución Cultural se destruyó de acuerdo con la ideología del Partido Comunista, pero desde hace 30 años lo más importante es ganar dinero. Todo lo que impida la rentabilidad será destruido", dice a LA NACION He Shuzhong, urbanista fundador del CHP.

Ahora centros como el CHP y organismos internacionales buscan que se avance en la toma de conciencia sobre el valor del patrimonio. Pero todavía falta. "Muchos no saben que la mayoría de las casas antiguas de Pekín fueron originalmente construidas para una sola familia y actualmente viven allí cuatro, cinco y hasta seis familias. Hay que reducir la densidad, no tirar abajo todo", explica a LA NACION Hu Xinyu, historiador dedicado a la protección del patrimonio cultural de Pekín.

Incluso la muralla china, ese símbolo por excelencia de la voluntad de construcción china, está siendo destruida en sus tramos no turísticos. Como en el relato de Kafka en el que la muralla más larga del planeta se encuentra desprotegida, en muchos tramos los locales arrancan sus ladrillos para sus construcciones o simplemente la tiran abajo para crear un camino entre dos poblados. La presión internacional y las quejas de algunos residentes hicieron que las autoridades tomen algunas medidas de protección del patrimonio.

La administración local de Pekín lanzó en 2003 el plan para la conservación de la zona histórica de la ciudad. Ahí se señalaban zonas protegidas en la capital en las que no se podrían tirar construcciones, zonas en las que las modificaciones edilicias estarían limitadas y otras en las que los rascacielos tendrían un tope.

Sin embargo, el aluvión de los Juegos Olímpicos de 2008 se llevó todos esos planes y al poco tiempo los constructores, o los desconstructores, los olvidaron sin culpas.

Entre tanta demolición, hay vecinos que se niegan a abandonar sus viejas viviendas. Estos casos constituyen lo que en China se llama "casas clavo", familias que se resisten a desalojar.

En muchos casos las compensaciones económicas para los dueños o inquilinos son bajas y aunque se use la fuerza para echarlos del lugar, muchos siguen resistiendo. Alrededor del 60% de los incidentes y las demandas judiciales que hay en el país están relacionados con problemas de vivienda, según datos oficiales.

Al mismo tiempo, el ritmo de construcción de nuevas ciudades es tan vertiginoso que con frecuencia la oferta no encuentra la demanda correspondiente y muchas de las nuevas y lujosas construcciones están vacías. El fenómeno llegó al punto de que existen pueblos fantasma.

Ordos, situada en Mongolia Interior, en el este de China, parece una gigantesca escenografía. Sus negocios y calles están casi completamente vacíos, y por sus grandes plazas o calles de seis carriles, pasan pocos autos o transeúntes.

Lo mismo ocurre con Tianducheng, la réplica china de París. Comenzó su construcción en 2007 y a pesar de estar prácticamente terminada, aún hoy no ha podido atraer a la cantidad de habitantes que esperaba. Incluso en Pekín y Shanghai hay edificios modernos ocupados apenas en un 20 por ciento.

Mientras tanto, preocupa que la construcción frenética, que ya dio indicios de una burbuja inmobiliaria, traiga además una burbuja financiera. En 2014, las empresas privadas chinas pagarán cerca de 1000 millones de dólares en intereses por créditos obtenidos en los últimos cinco años, lo que podría poner en peligro la estabilidad del sistema bancario.

SIN VESTIGIOS DEL PASADO

China construye a ritmo frenético en las grandes urbes millones de viviendas y avenidas para albergar a los 250 millones de personas que se trasladarán del campo a la ciudad en los próximos diez años
Para acometer semejante remodelación urbanística, el régimen está demoliendo millones de metros cuadrados de antiguas viviendas
Las ciudades chinas necesitarán 2,5 millones de metros cuadrados más de espacios habitables para recibir esa nueva migración
Uno de cada tres edificios históricos de Pekín ha sido destruido en los últimos 15 años.

Fuente: La Nacion

Link: http://www.lanacion.com.ar/1678475-china-ante-la-mayor-destruccion-inmobiliaria-de-la-historia

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jueves, 1 de mayo de 2014

China, ante la mayor destrucción inmobiliaria de la historia

Para albergar a la nueva migración, Pekín ha demolido miles de viviendas antiguas y construye nuevos barrios; los expertos alertan sobre una burbuja especulativa


PEKÍN.- La zona de Qianmen era un conjunto de casas bajas y humildes, con calles estrechas y viviendas de una habitación. Había que cocinar en el patio interior o directamente en la calle y usar el baño público.

Se trataba del límite entre la ciudad tártara (interior) y la ciudad china (exterior), uno de los centros de comercio más importantes de Pekín en la época imperial, y aún hoy puede verse uno de los pocos extremos que quedan de la muralla interior que dividía la ciudad.

Hoy, sin embargo, poco queda de la verdadera Qianmen. Su calle principal es moderna y bien iluminada. No faltan los negocios de Zara, H&M, McDonald's, KFC y más. Fue reconstruida enteramente, al estilo antiguo, pero sin un vestigio de restauración.

Esto sucede en gran parte del país. El fenómeno comenzó hace décadas, pero se intensificó en el último año ante la decisión -y necesidad- de China de motorizar su demanda interna y ante la perspectiva de una mayor migración del campo a la ciudad. Hoy se demuelen millones de metros cuadrados antiguos para construir nuevas avenidas, lujosos condominios y shopping centers. Esta desconstrucción es la mayor obra de demolición de la historia. Nunca una civilización había destruido tanto.

El gobierno prevé que en los próximos 10 años 250 millones de personas llegarán a las ciudades desde el campo. Junto con los 200 millones que ya viven en las urbes chinas, ellas darán forma a la migración interna más populosa de la historia. Y para soportar estos cambios poblacionales, viene una forzosa renovación de los espacios en las ciudades.

Un estándar del urbanismo, establecido poco después de la Segunda Guerra Mundial, dice que cada ser humano necesita un mínimo de 10 metros cuadrados de espacio para vivir. Las ciudades chinas necesitarán 2,5 millones de metros cuadrados más de espacios habitables para recibir esta nueva migración.

En China existen 70 ciudades superpobladas, según estudios oficiales, y para aliviarlas se crearon 640 ciudades nuevas en los últimos 10 años. El primer ministro chino, Li Keqiang, ya dijo en repetidas ocasiones que la urbanización es el futuro del país, pues de ella depende mejorar las condiciones de vida para la gran mayoría de los chinos.

Pero la nueva migración borra las marcas de los residentes anteriores. Durante estos últimos quince años, uno de cada tres edificios históricos de Pekín fue destruido y uno de cada tres fue remodelado en más de un 50%, según el Centro de Protección de la Herencia Cultural de Pekín (CHP, por sus siglas en inglés).

Desde los años 90, cuando comenzó la fiebre de la construcción en China, cerca de 2000 hutongs-barrios tradicionales chinos- fueron reemplazados por barrios de rascacielos en Pekín. De los cerca de 1100 que quedan, 600 se encuentran en zonas protegidas, mientras que 500 aún están en peligro de ser destruidos, según el CHP.

"Durante la Revolución Cultural se destruyó de acuerdo con la ideología del Partido Comunista, pero desde hace 30 años lo más importante es ganar dinero. Todo lo que impida la rentabilidad será destruido", dice a LA NACION He Shuzhong, urbanista fundador del CHP.

Ahora centros como el CHP y organismos internacionales buscan que se avance en la toma de conciencia sobre el valor del patrimonio. Pero todavía falta. "Muchos no saben que la mayoría de las casas antiguas de Pekín fueron originalmente construidas para una sola familia y actualmente viven allí cuatro, cinco y hasta seis familias. Hay que reducir la densidad, no tirar abajo todo", explica a LA NACION Hu Xinyu, historiador dedicado a la protección del patrimonio cultural de Pekín.

Incluso la muralla china, ese símbolo por excelencia de la voluntad de construcción china, está siendo destruida en sus tramos no turísticos. Como en el relato de Kafka en el que la muralla más larga del planeta se encuentra desprotegida, en muchos tramos los locales arrancan sus ladrillos para sus construcciones o simplemente la tiran abajo para crear un camino entre dos poblados. La presión internacional y las quejas de algunos residentes hicieron que las autoridades tomen algunas medidas de protección del patrimonio.

La administración local de Pekín lanzó en 2003 el plan para la conservación de la zona histórica de la ciudad. Ahí se señalaban zonas protegidas en la capital en las que no se podrían tirar construcciones, zonas en las que las modificaciones edilicias estarían limitadas y otras en las que los rascacielos tendrían un tope.

Sin embargo, el aluvión de los Juegos Olímpicos de 2008 se llevó todos esos planes y al poco tiempo los constructores, o los desconstructores, los olvidaron sin culpas.

Entre tanta demolición, hay vecinos que se niegan a abandonar sus viejas viviendas. Estos casos constituyen lo que en China se llama "casas clavo", familias que se resisten a desalojar.

En muchos casos las compensaciones económicas para los dueños o inquilinos son bajas y aunque se use la fuerza para echarlos del lugar, muchos siguen resistiendo. Alrededor del 60% de los incidentes y las demandas judiciales que hay en el país están relacionados con problemas de vivienda, según datos oficiales.

Al mismo tiempo, el ritmo de construcción de nuevas ciudades es tan vertiginoso que con frecuencia la oferta no encuentra la demanda correspondiente y muchas de las nuevas y lujosas construcciones están vacías. El fenómeno llegó al punto de que existen pueblos fantasma.

Ordos, situada en Mongolia Interior, en el este de China, parece una gigantesca escenografía. Sus negocios y calles están casi completamente vacíos, y por sus grandes plazas o calles de seis carriles, pasan pocos autos o transeúntes.

Lo mismo ocurre con Tianducheng, la réplica china de París. Comenzó su construcción en 2007 y a pesar de estar prácticamente terminada, aún hoy no ha podido atraer a la cantidad de habitantes que esperaba. Incluso en Pekín y Shanghai hay edificios modernos ocupados apenas en un 20 por ciento.

Mientras tanto, preocupa que la construcción frenética, que ya dio indicios de una burbuja inmobiliaria, traiga además una burbuja financiera. En 2014, las empresas privadas chinas pagarán cerca de 1000 millones de dólares en intereses por créditos obtenidos en los últimos cinco años, lo que podría poner en peligro la estabilidad del sistema bancario.

SIN VESTIGIOS DEL PASADO

China construye a ritmo frenético en las grandes urbes millones de viviendas y avenidas para albergar a los 250 millones de personas que se trasladarán del campo a la ciudad en los próximos diez años
Para acometer semejante remodelación urbanística, el régimen está demoliendo millones de metros cuadrados de antiguas viviendas
Las ciudades chinas necesitarán 2,5 millones de metros cuadrados más de espacios habitables para recibir esa nueva migración
Uno de cada tres edificios históricos de Pekín ha sido destruido en los últimos 15 años.

Fuente: La Nacion

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