Paseando por algunas ciudades europeas, se puede observar el cuidado con que atienden a la conservación de su patrimonio. Escarbando un poco más allá de esa lustrosa superficie, fácilmente se entiende que los ingresos generados por el turismo que perciben estas naciones, en la mayoría de los casos, se deben al llamado turismo cultural urbano. Es decir, a la motivación que implica la visita a esos bienes.
De allí es que los administradores nacionales o urbanos comprenden la conveniencia de una fuerte política de rehabilitación de sus ciudades, que garantice la preservación y conservación de sus bienes. En Roma se emprendió la recuperación del casco histórico en ocasión de un evento excepcional: el Jubileo del año 2000. Ello implicó obras de rehabilitación y valorización del área arqueológica y de su patrimonio arquitectónico para que estuvieran en condiciones de ser visitados por los turistas para la fecha indicada.
Es entonces que siguiendo la ruta del dinero nos encontramos con un sustrato más firme donde asentar la importancia del patrimonio y la urgencia en su conservación y protección. Para ponerlo de manera más clara: donde el turista ve la belleza de tal o cual monumento, sería importante para nosotros los especialistas en arquitectura poder entrever al menos esta sustantiva parte del negocio. En ese sentido, si prestamos atención a la tensión/fricción producida por la necesaria y dinámica renovación urbana y el anclaje que ello solicita del tratamiento de sus bienes patrimoniales, podemos tomar como ejemplo, además de Roma, las posiciones encontradas, adoptadas en Londres y París. Enfrentadas a la misma situación de renovación urbana, estas ciudades la resolvieron de manera absolutamente opuesta. El resultado visible de esas decisiones se nos muestra de manera acabada.
Es así que podemos ver que mientras en la primera la renovación se da en continuidad con la vida urbana y pujante. Observamos como el Gherkin (de sir Norman Foster) convive con la estructura del siglo XIX del barrio bancario de Londres. Ambos conforman una extraña armonía contrastada, que ayuda a dimensionar el movimiento continuo de una sociedad que estimula a sus profesionales de la arquitectura, dinámicamente, más allá de sus límites.
París, después del fallido experimento de la Torre Montparnasse (1969/72 con 59 pisos) que quedó mal dibujada en un entorno paradigmático de edificios de seis pisos haussianos, se acercó al abismo. Encontraron el límite a la renovación con el presidente François Mitterrand y sus llamados “Grandes proyectos” y programaron la ampliación de la ciudad en vistas al fin de siglo en el nuevo barrio La Defense.
Allí se planea la relocalización del Ministerio de Defensa y se gesta una nueva zona urbana de oficinas y edificios comerciales, donde en la actualidad se encuentran las sedes de las mayores empresas internacionales. Sobre una gran platea, con el mencionado ministerio desarrollado en un edificio que es el Grand Arc y que incluye magistrales obras escultóricas de Alexander Calder y Niki De Saint Phalle, se remata la extensión de su más famosa avenida y eje urbano principal: Louvre-Plaza de la Concordia-Campos Elíseos-Arco de Triunfo.
¿Cómo se atiende entre nosotros a esa problemática: la ciudad al enfrentarse a la preservación, conservación y/o desarrollo de sus bienes patrimoniales y su necesaria renovación? ¿Qué rol se le asigna al patrimonio en los encuentros y discusiones frente a ese hecho? ¿Las nuevas formas inclusivas de tratamiento de la renovación de las ciudades encuentran al patrimonio entre sus temas?
Más aún, desde esa perspectiva del ingreso por turismo, Buenos Aires está considerado el destino más importante de Sudamérica. Ello se debe sin duda a su patrimonio, y entre ellos, a su patrimonio edificado. Entonces, cuando la conservación del patrimonio, como hemos visto, constituye una tendencia en alza, ¿cómo se atiende a esa cuestión a nivel general? ¿Por qué sería interesante para un arquitecto ocuparse de esas obras del pasado y no procurar hacer obra nueva? Entre otros motivos, porque de esta forma estaremos concientes de la necesidad de la conservación de los bienes para que puedan ser utilizados socialmente con el fin de construir ciudadanía, fortalecer el orgullo de la pertenencia y beneficiar a nuestras sociedades incrementando y mejorando su acervo y aquello que mostramos al turista.
Cada obra a preservar necesita de un tratamiento particular; internarse en la historia de su propósito original, de proyecto y construcción, de la idea y de su materialidad, de dónde fueron traídos sus materiales constructivos. Con ese legajo particularmente trabajado es que podremos considerar su reconstrucción o su mantenimiento, según el objetivo del trabajo encomendado. En razón de la seriedad con que el profesional a cargo lo encare, este proceso le demandará un tiempo de estudio, pero también el conocimiento tanto de los viejos como de los nuevos materiales propuestos por el mercado, que está permanentemente atento a estos menesteres. La oferta de novedad no siempre es la correcta, es entonces donde debe primar la experiencia del profesional a cargo, un especialista por lo menos. Cuando refiero lo de especialista lo hago en función de las numerosas ofertas de carreras de posgrado que iluminan un camino serio y creativo para los profesionales que asumen su “no saber” en esta especie, y se toman el tiempo necesario para formarse y posteriormente actuar.
La preservación del patrimonio es un nicho no muy transitado y ofrece enormes posibilidades de actuación. Poco promocionado y generador de grandes ingresos, el restauro es una promesa de negocio virtuoso para los arquitectos.
Fuente: Arq Clarin
Link: http://arq.clarin.com/patrimonio/Patrimonio-negocio_0_1087091740.html
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