martes, 1 de septiembre de 2015

Uso y abuso del paisaje costero

Muchas veces la presión social y las oportunidades del mercado obligan a saturar terrenos. Los arquitectos tenemos que aprender a decir que no, respetando el equilibrio entre lo edificado y lo vacío.


Hace unos días, leí sobre la tristeza que invadió a Néstor Magariños caminado por la ribera de Bariloche. El abandono y la profusión de edificios reemplazando al bosque que se espejaba en las aguas verdes del lago.

Comparto este impacto al corazón y me brotan miles de reflexiones y preguntas. Por ejemplo, pienso que en estos desarrollos inmobiliarios los arquitectos tenemos también responsabilidad. Y al hacer los códigos urbanos para las ciudades también somos nosotros quienes proponemos. Se dice que es progreso y desarrollo, pero muchas veces uno se pregunta si no es abuso del paisaje. O un aprovechamiento excesivo del territorio. Creo que en algún momento habrá qué preguntarse que estamos haciendo con nuestras ciudades.

Este año he visto también la costa de Mar del Plata, cada vez más saturada. O más cerca aún, la ribera del río Luján en Tigre, en cuyo paseo costero comienzan a aparecer edificios poco amigables con el entorno.

Siempre pienso que cuando uno cursa la facultad se llena de ilusiones aprendiendo el oficio, pero no bien se recibe, la presión social y las oportunidades del mercado llevan a esta dualidad que obliga a saturar terrenos y ser poco respetuosos con lo ecológico.

¿Hasta dónde evolución, desarrollo y progreso y hasta dónde el negocio tiránico? Me gustaría que también en algún momento la formación profesional comenzara por la discusión de los valores y conductas que nos llevan siempre al bien común. Por suerte, en estos tiempos la conciencia planetaria está cada vez más presente. En este sentido el primer aprendizaje seria la conciencia de la construcción de ciudades para nuestro bienestar. Lo más importante de nuestra capacitación seria la búsqueda de un sentido a nuestro oficio, que posibilitara los derechos al habitar con felicidad.

Mucha veces se dice “si yo no la hago, esta obra la hace otro”. O “yo solo no puedo cambiar nada”. Y así hemos hecho casi impermeable el suelo porteño, proclive a las inundaciones actuales, por ejemplo.

Tal vez sea hora de replantear algunas obediencias y en algunos casos poder decir que NO. Nuestra profesión está pensada para brindar a los hombres cobijo, educación, salud y esparcimiento. El mejor negocio en el que podemos empeñarnos es en la búsqueda de este objetivo; y es en este sentido donde obtendremos la mayor ganancia. No será en lo inmediato económica, pero sí a la larga traerá armonía y equilibrio para nuestros hijos, para nuestros nietos. Qué mejor herencia que una ciudad bella por su respeto a los valores ecológicos, a la dignidad de sus espacios comunes y al equilibrio entre lo edificado y lo vacío.

Nuestro destino de hombres tiene una ribera de plenitudes, justicia social y comportamientos fraternos. Yo no puedo, con mis múltiples losas, quitar el sol a los vecinos.

Me gustaría caminar por las ciudades viendo lo que se ha respetado, lo que se ha potenciado en beneficio común y lo que se ha desarrollado en un crecimiento armónico.

Me gustaría caminar como Néstor Magariños por la costa del lago Nahuel Huapi contemplando el paisaje original y una serie de edificaciones que lo hayan sabido armonizar y ennoblecer. Aún quedan muchos kilómetros hasta el Llao Llao y también muchas otras riberas para cuidar. Quienes mejor que nosotros, los arquitectos, para defender este patrimonio. Adelante pues, demos nuestra opinión y sepamos decidir.


Fuente: Clarín 

Link: http://arq.clarin.com/urbano/Uso-abuso-paisaje-costero_0_1376862797.html 

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Uso y abuso del paisaje costero

Muchas veces la presión social y las oportunidades del mercado obligan a saturar terrenos. Los arquitectos tenemos que aprender a decir que no, respetando el equilibrio entre lo edificado y lo vacío.


Hace unos días, leí sobre la tristeza que invadió a Néstor Magariños caminado por la ribera de Bariloche. El abandono y la profusión de edificios reemplazando al bosque que se espejaba en las aguas verdes del lago.

Comparto este impacto al corazón y me brotan miles de reflexiones y preguntas. Por ejemplo, pienso que en estos desarrollos inmobiliarios los arquitectos tenemos también responsabilidad. Y al hacer los códigos urbanos para las ciudades también somos nosotros quienes proponemos. Se dice que es progreso y desarrollo, pero muchas veces uno se pregunta si no es abuso del paisaje. O un aprovechamiento excesivo del territorio. Creo que en algún momento habrá qué preguntarse que estamos haciendo con nuestras ciudades.

Este año he visto también la costa de Mar del Plata, cada vez más saturada. O más cerca aún, la ribera del río Luján en Tigre, en cuyo paseo costero comienzan a aparecer edificios poco amigables con el entorno.

Siempre pienso que cuando uno cursa la facultad se llena de ilusiones aprendiendo el oficio, pero no bien se recibe, la presión social y las oportunidades del mercado llevan a esta dualidad que obliga a saturar terrenos y ser poco respetuosos con lo ecológico.

¿Hasta dónde evolución, desarrollo y progreso y hasta dónde el negocio tiránico? Me gustaría que también en algún momento la formación profesional comenzara por la discusión de los valores y conductas que nos llevan siempre al bien común. Por suerte, en estos tiempos la conciencia planetaria está cada vez más presente. En este sentido el primer aprendizaje seria la conciencia de la construcción de ciudades para nuestro bienestar. Lo más importante de nuestra capacitación seria la búsqueda de un sentido a nuestro oficio, que posibilitara los derechos al habitar con felicidad.

Mucha veces se dice “si yo no la hago, esta obra la hace otro”. O “yo solo no puedo cambiar nada”. Y así hemos hecho casi impermeable el suelo porteño, proclive a las inundaciones actuales, por ejemplo.

Tal vez sea hora de replantear algunas obediencias y en algunos casos poder decir que NO. Nuestra profesión está pensada para brindar a los hombres cobijo, educación, salud y esparcimiento. El mejor negocio en el que podemos empeñarnos es en la búsqueda de este objetivo; y es en este sentido donde obtendremos la mayor ganancia. No será en lo inmediato económica, pero sí a la larga traerá armonía y equilibrio para nuestros hijos, para nuestros nietos. Qué mejor herencia que una ciudad bella por su respeto a los valores ecológicos, a la dignidad de sus espacios comunes y al equilibrio entre lo edificado y lo vacío.

Nuestro destino de hombres tiene una ribera de plenitudes, justicia social y comportamientos fraternos. Yo no puedo, con mis múltiples losas, quitar el sol a los vecinos.

Me gustaría caminar por las ciudades viendo lo que se ha respetado, lo que se ha potenciado en beneficio común y lo que se ha desarrollado en un crecimiento armónico.

Me gustaría caminar como Néstor Magariños por la costa del lago Nahuel Huapi contemplando el paisaje original y una serie de edificaciones que lo hayan sabido armonizar y ennoblecer. Aún quedan muchos kilómetros hasta el Llao Llao y también muchas otras riberas para cuidar. Quienes mejor que nosotros, los arquitectos, para defender este patrimonio. Adelante pues, demos nuestra opinión y sepamos decidir.


Fuente: Clarín 

Link: http://arq.clarin.com/urbano/Uso-abuso-paisaje-costero_0_1376862797.html 

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