domingo, 9 de febrero de 2014

El graffiti, intervención y vidriera urbana

Desde Nueva York hasta el Tigre, el arte urbano redibuja las caras de nuestras ciudades al mismo tiempo que sirve como soporte para una nueva generación de artistas.


Cruzando el canal San Fernando entramos al Tigre, y para seguir hacia el centro doblamos por la avenida Italia, antiguo corredor de industrias y astilleros locales hoy abandonados y esperando nuevo destino. Un borde urbano duro, áspero, lindando con la via del Tren de la Costa. Si seguimos nos vamos a encontrar con los accesos al casino Trillenium, hito del turismo timbero y más adelante con la calle que lleva al Puerto de Frutos, el destino más tradicional y auténtico del Tigre de tierra firme, hoy un poco más emprolijado, aunque quizás no le hiciera falta. Pero para llegar falta un rato, y el primer tramo de la avenida Italia, del lado de “la ciudad” es un paisaje fascinante por lo desolador. El Tigre industrial que ya no es, en ruinas e invadido por la maleza, techos caídos, máquinas abandonadas, quizás más imponente por el vacío y el silencio.

La pausa mental que suponíamos en este recorrido entre ruinas y bordes, hoy ya no ocurre, porque durante el trayecto nos sorprenden enormes murales, producto de un programa de arte joven en la ciudad de Tigre, desarrollada a principios de este año. La iniciativa se llamó 100x100, y la muestra –por ahora y hasta nuevo aviso, permanente- se abrió con un festival donde hubo música –urbana y de la otra-, skaters, números artísticos, y otros eventos.

Este borde urbano está en busca de una nueva identidad urbana, cultural y generacional, y los responsables del arte en el municipio encontraron un vehículo apropiado. La ciudad intervenida por estos artistas jóvenes es una más de tantas barriadas fronterizas entre territorios más definidos, que los jóvenes urbanos de hoy rescatan como reservorio de una autenticidad social añorada, un lugar con historias y tensiones, arquitecturas y espacios, esperando ser revalorizadas. Su firma: graffitis y murales, arte urbano.

La oficialización de las iniciativas antes clandestinas y nocturnas de los artistas callejeros es una transición habitual estos días pero resulta paradójica, ya que por un lado los saca de su situación marginal y les da un espacio de trabajo, pero por otro los domestica y les alquila la antorcha de la lucha por estos mismos espacios, y los significados de resistencia y búsqueda de autenticidad, quizás a cambio de financiación, difusión y latas de pintura. ¿O no?

Tentaciones clandestinas en la Gran Manzana

“El arte debe confortar a los perturbados y perturbar a los confortables”

Banksy

Un poco más al norte, en algunos barrios de Nueva York con carácter parecido a nuestro Tigre Sur, alguien está moviendo la frontera del arte urbano una vez más. Banksy, el más famoso artista callejero de este momento (quizás de siempre, dado que el género es muy joven) explota su fama clandestina produciendo intervenciones diarias y sorpresivas durante todo el mes de octubre en la ciudad.

Hasta ahora sus acciones incluyeron un camión estacionado con un paisaje adentro, una pintura de dudoso gusto vandalizada (y por ende valorizada) en un negocio de productos de segunda mano, un camión de ganado lleno de animales de peluche, el agregado de la frase “The Musical” al final de varios graffiti, y otras acciones entre sutiles y rotundas.

Banksy escapa definiciones, mantiene siempre la iniciativa, y a pesar de los miles de imitadores, de haber vendido obras en remates por precios millonarios y de mucho centimetraje en revistas de papel y digitales, todavia nadie (salvo algunos colaboradores) conoce su verdadera identidad.
Sus obras son generalmente realizadas con stencils, o calcos, muy bien dibujados y pintados con aerosol, pero en esto se parece a muchos otros. Banksy hizo del mensaje y de la ubicación de sus obras el obscuro objeto de la admiración de muchos, la envidia de otros, y la rabia de otros tantos. Avisó que iba a estar en NY, y todos los días publica lo que hizo el día anterior para frustrar más a los que lo tratan de encontrar.

Un vecino de Nueva York se preguntaba qué hacer con la obra que a él le tocó, un par de negras siluetas chinas pintadas sobre el arco de la entrada de su casa.

Tras los muros, sordos ruidos

“Todos los artistas estan dispuestos a sufrir por su obra.

Pero, ¿por qué hay tan pocos dispuestos a aprender a dibujar?”

Banksy

Volviendo a nuestras ciudades, el arte callejero se ha transformado en uno de los vehículos de expresión más auténticos pero también más resistidos de una generación a la que le gusta vivir y sufrir la ciudad. La movida grafittera se completa con una serie de códigos, estilos de vida, vehículos (skates y bicicletas) y lugares de encuentro como las plazas transformadas en skate parks espontáneos, o los skate parks ya construidos en distintos barrios.

Las paredes de muchos edificios, las fachadas de muchas casas de la ciudad pueden ser, dependiendo de la suerte que nos toque, el lienzo de una obra de arte o una víctima más de una cultura del aerosol que esta siempre un poco (o mucho) fuera de control.

Los artistas urbanos están en guerra consigo mismos. Pintar sobre el trabajo de otros no está mal visto ni fuera de los códigos. Un celebre mural de un luchador de sumo bajo el puente de las vías y Libertador, al lado del campo de polo, fue cubierto con leyendas de un día para el otro. Un vándalo vandaliza a otro, ¿o debemos consagrar y proteger los que consideramos “realmente” arte? ¿Y cuál seria la forma de decidir?

Como sucede con el ejemplo de Banksy o de los 100 artistas de Tigre, comienza a producirse alguna forma de curaduría o seleccion cualitativa, lo cual separará el “buen” arte urbano del garabato vandálico que sufren muchas inocentes paredes. Pero en este proceso de consagracion y seleccion se pierde –como quizás en Tigre, pero no en Banksy, que de algún modo logró ser su propio curador– la esencia contestataria, la adrenalina de buscar el momento, el lugar, los compañeros de lucha urbana, de “desafiar al sistema”.

Quizás la verdadera frontera, el lienzo más genuino del arte callejero sin edición son las grandes paredes y edificios que dan a las vías del tren o en zonas de galpones y fabricas, palimpsestos de graffiti sobre graffiti, con esas grandes letras ilegibles que muestran en su trazo curvo y agitado la gestualidad del brazo enarbolando la lata de aerosol, animales y caras diseñados en pos de una iconografía fugaz de expresiones personales conocidas solo por los miembros de cada grupo, y que a veces se hacen patrón colectivo, textura, cultura, y otras muchas, simplemente, otra pared ensuciada.

El arte urbano existe en todos lados y en ninguno, en un eterno presente de olvido inmediato.

Fuente: Arq Clarin 

Link: http://arq.clarin.com/urbano/Grafitti-murales-arte-urbano_0_1063094070.html

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domingo, 9 de febrero de 2014

El graffiti, intervención y vidriera urbana

Desde Nueva York hasta el Tigre, el arte urbano redibuja las caras de nuestras ciudades al mismo tiempo que sirve como soporte para una nueva generación de artistas.


Cruzando el canal San Fernando entramos al Tigre, y para seguir hacia el centro doblamos por la avenida Italia, antiguo corredor de industrias y astilleros locales hoy abandonados y esperando nuevo destino. Un borde urbano duro, áspero, lindando con la via del Tren de la Costa. Si seguimos nos vamos a encontrar con los accesos al casino Trillenium, hito del turismo timbero y más adelante con la calle que lleva al Puerto de Frutos, el destino más tradicional y auténtico del Tigre de tierra firme, hoy un poco más emprolijado, aunque quizás no le hiciera falta. Pero para llegar falta un rato, y el primer tramo de la avenida Italia, del lado de “la ciudad” es un paisaje fascinante por lo desolador. El Tigre industrial que ya no es, en ruinas e invadido por la maleza, techos caídos, máquinas abandonadas, quizás más imponente por el vacío y el silencio.

La pausa mental que suponíamos en este recorrido entre ruinas y bordes, hoy ya no ocurre, porque durante el trayecto nos sorprenden enormes murales, producto de un programa de arte joven en la ciudad de Tigre, desarrollada a principios de este año. La iniciativa se llamó 100x100, y la muestra –por ahora y hasta nuevo aviso, permanente- se abrió con un festival donde hubo música –urbana y de la otra-, skaters, números artísticos, y otros eventos.

Este borde urbano está en busca de una nueva identidad urbana, cultural y generacional, y los responsables del arte en el municipio encontraron un vehículo apropiado. La ciudad intervenida por estos artistas jóvenes es una más de tantas barriadas fronterizas entre territorios más definidos, que los jóvenes urbanos de hoy rescatan como reservorio de una autenticidad social añorada, un lugar con historias y tensiones, arquitecturas y espacios, esperando ser revalorizadas. Su firma: graffitis y murales, arte urbano.

La oficialización de las iniciativas antes clandestinas y nocturnas de los artistas callejeros es una transición habitual estos días pero resulta paradójica, ya que por un lado los saca de su situación marginal y les da un espacio de trabajo, pero por otro los domestica y les alquila la antorcha de la lucha por estos mismos espacios, y los significados de resistencia y búsqueda de autenticidad, quizás a cambio de financiación, difusión y latas de pintura. ¿O no?

Tentaciones clandestinas en la Gran Manzana

“El arte debe confortar a los perturbados y perturbar a los confortables”

Banksy

Un poco más al norte, en algunos barrios de Nueva York con carácter parecido a nuestro Tigre Sur, alguien está moviendo la frontera del arte urbano una vez más. Banksy, el más famoso artista callejero de este momento (quizás de siempre, dado que el género es muy joven) explota su fama clandestina produciendo intervenciones diarias y sorpresivas durante todo el mes de octubre en la ciudad.

Hasta ahora sus acciones incluyeron un camión estacionado con un paisaje adentro, una pintura de dudoso gusto vandalizada (y por ende valorizada) en un negocio de productos de segunda mano, un camión de ganado lleno de animales de peluche, el agregado de la frase “The Musical” al final de varios graffiti, y otras acciones entre sutiles y rotundas.

Banksy escapa definiciones, mantiene siempre la iniciativa, y a pesar de los miles de imitadores, de haber vendido obras en remates por precios millonarios y de mucho centimetraje en revistas de papel y digitales, todavia nadie (salvo algunos colaboradores) conoce su verdadera identidad.
Sus obras son generalmente realizadas con stencils, o calcos, muy bien dibujados y pintados con aerosol, pero en esto se parece a muchos otros. Banksy hizo del mensaje y de la ubicación de sus obras el obscuro objeto de la admiración de muchos, la envidia de otros, y la rabia de otros tantos. Avisó que iba a estar en NY, y todos los días publica lo que hizo el día anterior para frustrar más a los que lo tratan de encontrar.

Un vecino de Nueva York se preguntaba qué hacer con la obra que a él le tocó, un par de negras siluetas chinas pintadas sobre el arco de la entrada de su casa.

Tras los muros, sordos ruidos

“Todos los artistas estan dispuestos a sufrir por su obra.

Pero, ¿por qué hay tan pocos dispuestos a aprender a dibujar?”

Banksy

Volviendo a nuestras ciudades, el arte callejero se ha transformado en uno de los vehículos de expresión más auténticos pero también más resistidos de una generación a la que le gusta vivir y sufrir la ciudad. La movida grafittera se completa con una serie de códigos, estilos de vida, vehículos (skates y bicicletas) y lugares de encuentro como las plazas transformadas en skate parks espontáneos, o los skate parks ya construidos en distintos barrios.

Las paredes de muchos edificios, las fachadas de muchas casas de la ciudad pueden ser, dependiendo de la suerte que nos toque, el lienzo de una obra de arte o una víctima más de una cultura del aerosol que esta siempre un poco (o mucho) fuera de control.

Los artistas urbanos están en guerra consigo mismos. Pintar sobre el trabajo de otros no está mal visto ni fuera de los códigos. Un celebre mural de un luchador de sumo bajo el puente de las vías y Libertador, al lado del campo de polo, fue cubierto con leyendas de un día para el otro. Un vándalo vandaliza a otro, ¿o debemos consagrar y proteger los que consideramos “realmente” arte? ¿Y cuál seria la forma de decidir?

Como sucede con el ejemplo de Banksy o de los 100 artistas de Tigre, comienza a producirse alguna forma de curaduría o seleccion cualitativa, lo cual separará el “buen” arte urbano del garabato vandálico que sufren muchas inocentes paredes. Pero en este proceso de consagracion y seleccion se pierde –como quizás en Tigre, pero no en Banksy, que de algún modo logró ser su propio curador– la esencia contestataria, la adrenalina de buscar el momento, el lugar, los compañeros de lucha urbana, de “desafiar al sistema”.

Quizás la verdadera frontera, el lienzo más genuino del arte callejero sin edición son las grandes paredes y edificios que dan a las vías del tren o en zonas de galpones y fabricas, palimpsestos de graffiti sobre graffiti, con esas grandes letras ilegibles que muestran en su trazo curvo y agitado la gestualidad del brazo enarbolando la lata de aerosol, animales y caras diseñados en pos de una iconografía fugaz de expresiones personales conocidas solo por los miembros de cada grupo, y que a veces se hacen patrón colectivo, textura, cultura, y otras muchas, simplemente, otra pared ensuciada.

El arte urbano existe en todos lados y en ninguno, en un eterno presente de olvido inmediato.

Fuente: Arq Clarin 

Link: http://arq.clarin.com/urbano/Grafitti-murales-arte-urbano_0_1063094070.html

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