Todos quieren ser arquitectos
Del aniversario del nacimiento del genial Le Corbusier a las reflexiones acerca de una profesión sobre la que muchos creen saber.
La semana pasada cumplió ciento veinte años Le Corbusier (bueno, “cumplió” es una forma de decir porque el famoso arquitecto suizo-francés murió en 1965). El asunto es que, el 6 de octubre, Le Corbusier hubiera cumplido años y en el Centro Cultural Borges se organizó una muestra homenaje que todavía sigue. Allí, entre vino y vino, Raquel (una señora de cincuenta y pico), me dijo sin sacar los ojos de una foto de la Casa Curutchet de La Plata: “¡Qué maravilla! ¡Cuánta creatividad! ¡Cómo me hubiera gustado ser arquitecta! Ahí caí en la cuenta que a mucha gente le pasa lo que a Raquel: tienen a la arquitectura como su vocación frustrada, fueron profesionales del diseño y la construcción en una vida pasada o quieren serlo en una vida futura. El asunto es que, quién más, quién menos, todos tienen en su corazón un pequeño arquitecto esperando la oportunidad para salir del closet.
La principal causa de la popularidad de la arquitectura es que, vista de afuera, parece una profesión divertida, pura creación del espíritu. Creo que la culpa de eso la tenemos los arquitectos que mostramos cierta suficiencia frente a nuestras propias obras. Lo cierto es que detrás de esa imagen de suficiencia implacable y optimismo todo terreno que mostramos los arquitectos, muchos sufrimos algunas cosas de la profesión.
Para empezar, frente a las opiniones de médicos y abogados, lo que diga un arquitecto siempre es discutible, sobre todo porque no hay ningún riesgo. A ningún paciente se le ocurriría pelearse con su doctor en medio de la operación, y menos que menos, con su abogado. Además, los fracasos de los arquitectos quedan a la vista de todo el mundo. El famoso estadounidense Frank Lloyd Wright decía: “Un médico puede enterrar sus errores, un arquitecto sólo puede aconsejar a sus clientes que planten una enredadera”.
En arquitectura, la relación cliente-profesional puede describirse como la de una pareja. El primer momento es el noviazgo, los clientes ven al arquitecto como si fuera un mago, todo lo que hace y dice es creativo, divino, sorprendente, genial. Después (casi siempre durante la obra) es la etapa del matrimonio. Los trucos del arquitecto se acaban, o lo que es peor, se repiten. El cliente ya le sacó la ficha y aunque todavía le parece un mago, sabe que la magia la hace con su plata. Así, la buena onda se termina rápido. Después viene el divorcio: la obra se termina y los dos están aliviados de que así sea. De vez en cuando se produce el reencuentro, y hasta hay reconciliaciones, siempre y cuando el arquitecto siga en su papel de simpático de tiempo completo. Otro estadounidense, Philips Johnson decía: “Los arquitectos somos como prostitutas de clase alta. Nosotros podemos rechazar algunos proyectos de la manera en que ellas pueden rechazar algunos clientes, pero los dos tenemos que decir que sí a alguien de vez en cuando si queremos permanecer en el negocio”. Sin embargo, yo no estoy de acuerdo, las prostitutas cobran por adelantado y a los arquitectos, muchas veces, nos cuesta demasiado cobrar por nuestros servicios. No por nada, el fallecido Mario Roberto Alvarez solía alentar a sus colegas diciendo: ”¿Usted quiere ganar plata con la arquitectura? ¡Olvídese!
Otro tema peliagudo de la profesión es que, como todos los clientes tienen un arquitecto en algún lugar del corazón, tienden a pensar que lo que hacés es fácil. “Haceme un dibujito de esos que hacen ustedes”, te dicen, y dan la primera señal de que el trabajo va a terminar mal. Por la misma razón, el cliente tiene tendencia a pensar que todo lo que sale bien se le ocurrió a él y los errores son del arquitecto.
En realidad, el problema de la arquitectura es que es una profesión hermosa, llena de posibilidades. Eso alienta a que la idealice mucha gente. Para empezar, estudiar arquitectura es como jugar a ser arquitectos, y con los mejores proyectos del mundo: en primer año proyectás casas y pequeños conjuntos de viviendas; en segundo, edificios; en tercero, centros culturales o grandes teatros; en cuarto, centros deportivos, y en quinto, pedazos enteros de ciudad. Pocas carreras suelen ser tan divertidas. El tema es que cuando salís de la facu hecho un titán hay pocos clientes para hacer un centro cultural. Resulta que los primeros trabajos son el garaje de una prima o la cocina de tu tía. Y claro, vos lo podés hacer pero te sentís como un cirujano al que le piden que corte un bifecito. Todo bien, el famoso alemán Mies van der Rohe decía: “No importa el qué, sino el cómo”. Es decir, no importa si es un garaje o una palacio, el tema es que lo hagas bien. Bueno, en eso estamos.
Fuente: ARQ Clarin
Link: http://www.clarin.com/arq/urbano/quieren-arquitectos_0_793720721.html
Todos quieren ser arquitectos
Del aniversario del nacimiento del genial Le Corbusier a las reflexiones acerca de una profesión sobre la que muchos creen saber.
La semana pasada cumplió ciento veinte años Le Corbusier (bueno, “cumplió” es una forma de decir porque el famoso arquitecto suizo-francés murió en 1965). El asunto es que, el 6 de octubre, Le Corbusier hubiera cumplido años y en el Centro Cultural Borges se organizó una muestra homenaje que todavía sigue. Allí, entre vino y vino, Raquel (una señora de cincuenta y pico), me dijo sin sacar los ojos de una foto de la Casa Curutchet de La Plata: “¡Qué maravilla! ¡Cuánta creatividad! ¡Cómo me hubiera gustado ser arquitecta! Ahí caí en la cuenta que a mucha gente le pasa lo que a Raquel: tienen a la arquitectura como su vocación frustrada, fueron profesionales del diseño y la construcción en una vida pasada o quieren serlo en una vida futura. El asunto es que, quién más, quién menos, todos tienen en su corazón un pequeño arquitecto esperando la oportunidad para salir del closet.
La principal causa de la popularidad de la arquitectura es que, vista de afuera, parece una profesión divertida, pura creación del espíritu. Creo que la culpa de eso la tenemos los arquitectos que mostramos cierta suficiencia frente a nuestras propias obras. Lo cierto es que detrás de esa imagen de suficiencia implacable y optimismo todo terreno que mostramos los arquitectos, muchos sufrimos algunas cosas de la profesión.
Para empezar, frente a las opiniones de médicos y abogados, lo que diga un arquitecto siempre es discutible, sobre todo porque no hay ningún riesgo. A ningún paciente se le ocurriría pelearse con su doctor en medio de la operación, y menos que menos, con su abogado. Además, los fracasos de los arquitectos quedan a la vista de todo el mundo. El famoso estadounidense Frank Lloyd Wright decía: “Un médico puede enterrar sus errores, un arquitecto sólo puede aconsejar a sus clientes que planten una enredadera”.
En arquitectura, la relación cliente-profesional puede describirse como la de una pareja. El primer momento es el noviazgo, los clientes ven al arquitecto como si fuera un mago, todo lo que hace y dice es creativo, divino, sorprendente, genial. Después (casi siempre durante la obra) es la etapa del matrimonio. Los trucos del arquitecto se acaban, o lo que es peor, se repiten. El cliente ya le sacó la ficha y aunque todavía le parece un mago, sabe que la magia la hace con su plata. Así, la buena onda se termina rápido. Después viene el divorcio: la obra se termina y los dos están aliviados de que así sea. De vez en cuando se produce el reencuentro, y hasta hay reconciliaciones, siempre y cuando el arquitecto siga en su papel de simpático de tiempo completo. Otro estadounidense, Philips Johnson decía: “Los arquitectos somos como prostitutas de clase alta. Nosotros podemos rechazar algunos proyectos de la manera en que ellas pueden rechazar algunos clientes, pero los dos tenemos que decir que sí a alguien de vez en cuando si queremos permanecer en el negocio”. Sin embargo, yo no estoy de acuerdo, las prostitutas cobran por adelantado y a los arquitectos, muchas veces, nos cuesta demasiado cobrar por nuestros servicios. No por nada, el fallecido Mario Roberto Alvarez solía alentar a sus colegas diciendo: ”¿Usted quiere ganar plata con la arquitectura? ¡Olvídese!
Otro tema peliagudo de la profesión es que, como todos los clientes tienen un arquitecto en algún lugar del corazón, tienden a pensar que lo que hacés es fácil. “Haceme un dibujito de esos que hacen ustedes”, te dicen, y dan la primera señal de que el trabajo va a terminar mal. Por la misma razón, el cliente tiene tendencia a pensar que todo lo que sale bien se le ocurrió a él y los errores son del arquitecto.
En realidad, el problema de la arquitectura es que es una profesión hermosa, llena de posibilidades. Eso alienta a que la idealice mucha gente. Para empezar, estudiar arquitectura es como jugar a ser arquitectos, y con los mejores proyectos del mundo: en primer año proyectás casas y pequeños conjuntos de viviendas; en segundo, edificios; en tercero, centros culturales o grandes teatros; en cuarto, centros deportivos, y en quinto, pedazos enteros de ciudad. Pocas carreras suelen ser tan divertidas. El tema es que cuando salís de la facu hecho un titán hay pocos clientes para hacer un centro cultural. Resulta que los primeros trabajos son el garaje de una prima o la cocina de tu tía. Y claro, vos lo podés hacer pero te sentís como un cirujano al que le piden que corte un bifecito. Todo bien, el famoso alemán Mies van der Rohe decía: “No importa el qué, sino el cómo”. Es decir, no importa si es un garaje o una palacio, el tema es que lo hagas bien. Bueno, en eso estamos.
Fuente: ARQ Clarin
Link: http://www.clarin.com/arq/urbano/quieren-arquitectos_0_793720721.html
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