lunes, 2 de abril de 2012

Murales de luz. Los vitrales de Buenos Aires

Pueden encontrarse en templos religiosos, pero también en teatros, confiterías, comercios, hospitales y museos. Se multiplicaron por los barrios como un recurso artístico para embellecer los edificios.


Los colores, la luz y las flores de esos vitrales me hacen sentir eterna", señala con el bastón María Magallanes, mientras se para para salir de la confitería Las Violetas, en Rivadavia y Medrano. La esquina de Almagro parece brillar desde que hace casi tres años reabrió el tradicional local con sus vitrales franceses de 1930. En uno de los tres más grandes —el conjunto suma 80 metros cuadrados— se ve a una nena jugando a la ronda en un jardín y a unos patitos nadando alrededor de una glorieta. Cerca toman el té Fiorella Caminetti, Miriam Allende, Jéssica Parra y Carolina Cruz, llegadas hace unos días de Chile: "Nos sentamos aquí para disfrutarlos mejor. Nos sentimos como las doncellas de los vitrales", dicen divertidas.

Como los de Las Violetas, Buenos Aires tiene otros majestuosos vitrales. Se los descubre en las iglesias, por supuesto, pero también en edificios públicos y privados, teatros, museos, hospitales, comercios y hasta en una estación de subte. Un recorrido por algunos de los más bellos enciende miles de ventanas por donde descubrir otra luz porteña.

"La mayoría son de fines del siglo XIX. ¿Por qué en ese momento? Porque había plata", explica sin rodeos Jorge Gazaneo, titular de la cátedra de Historia de la Arquitectura (UBA). "Al principio eran utilizados para narrar historias. Luego se los comenzó a usar paracubrir estéticamente los grandes espacios por donde pasa la luz", agrega.

Hace un año que el padre Sante Cervellin es el párroco de Nuestra Señora de los Emigrantes, en La Boca. Desde entonces, cada vez que da misa, lee la Biblia con parte de la luz que le llega a través de cristales naranjas, amarillos y azules. Detrás del altar hay diez enormes vitrales que relatan historias bíblicas, cada uno realizado en 1966 por artistas argentinos. Incluso la mismísima puerta de entrada es un vitral del pintor Raúl Russo.

Los expertos cuentan que en la Buenos Aires de 1880 había muchos talleres dedicados a realizar vitrales a pedido. "Es que en el 1900 se populariza el vitral con el norteamericano Louis Tiffany. La técnica del ornato permite que cualquier edificio tenga vitrales a bajo costo", dice el vitralista Carlos Herzberg.

Uno de los exponentes de la época es el edificio del Centro Nacional de la Música, la ex Biblioteca Nacional, inaugurado en 1901. La claraboya de la antigua sala de lectura es un cielo repleto de constelaciones. El vitral fue traído desde Barcelona por pedido expreso del escritor Paul Groussac. En otras tres cúpulas la luz se multiplica a través de las flores de los vitrales franceses de 1897. "Fueron reparados hace poco, pero por falta de una buena protección se están aflojando y cubriendo de hongos", dice la arquitecta Susana Lagos, quien con un grupo de especialistas se encargó de las refacciones.

El Teatro Colón es majestuoso por donde se lo mire. Tiene vitrales en los techos rectangulares y cúpulas del 1907. El año pasado se reconstruyeron dos de los seis cenitales del hall central —que representan a la Primavera y a la Fecundidad—, en el marco del plan para la puesta en valor y actualización tecnológica del teatro que comenzó en 2001. Además se realizó una licitación para arreglar los otros cuatro vitrales, incluido el de la cúpula octogonal, con diseños de la Grecia clásica. Cada vitral ya restaurado mide 9 x 2,80 metros, está a 12,5 metros de altura y se compone de 16 paños con casi 200 piezas. Fueron concebidos por el arquitecto Víctor Meano y realizados por la Casa Gaudin, de París.

Lejos de la ópera, Paula y Nicolás Sepúlveda comen en el Hard Rock Café. Al lado de su mesa, se levanta una pared no convencional. Allí Los Rolling Stones y Los Beatles son vidrio pintado. Y de copia fiel tienen poco: Keith Richards parece un boceto de sí mismo. "Están buenos. Ambientan el café", comentan.

Para Rosa Martínez es de lo más común ir a comprar pan a la panadería La Catalana, en Independencia al 2100. Tan habituada está que se sorprende cuando se le pregunta acerca de los vitrales violáceos del 1900, réplica de una confitería de Barcelona. "Para mínacieron con esta esquina. Adornan el barrio", dice.

Y hay más. Los de la ex Confitería Munich (actualmente el Centro de Museos), con imágenes bávaras diseñadas por Andrés Kálnay. Los de la inmensa araña del Teatro Avenida, que data de 1908 y mide 5 x 2 metros. Los del Café Tortoni. Los de la iglesia Santa Felicitas de Barracas, restaurados por Félix Bunge por encargo de la Dirección General de Patrimonio porteña.

Una enfermera sostiene una vela. Erguida, no se inmuta por la indiferencia de quienes la rodean. Los colores tierra y celeste la hacen sobresalir desde los tres vidrios de la antigua casa de enfermeríadel Hospital Británico. En cambio, en el hall del 1º piso del sindicato de la Unión Personal Civil de la Nación, los murciélagos, ángeles, estrellas y flores de los vitrales "La Noche" y "El día" no pasan desapercibidos.

Roberto Soler (78) asegura que nació inventando vitrales. "Me lo enseñó mi padre. Realicé los de los baños del Hotel Presidente, reparé los de la iglesia San Carlos y los más nuevos son los 18 que hicimos con mi hija Ana en la estación Tronador, de la línea B de subtes, donde contamos la historia de Villa Urquiza".

Fuente: Clarin

Link: http://old.clarin.com/diario/2004/05/23/laciudad/h-05415.htm

No hay comentarios:

Publicar un comentario

lunes, 2 de abril de 2012

Murales de luz. Los vitrales de Buenos Aires

Pueden encontrarse en templos religiosos, pero también en teatros, confiterías, comercios, hospitales y museos. Se multiplicaron por los barrios como un recurso artístico para embellecer los edificios.


Los colores, la luz y las flores de esos vitrales me hacen sentir eterna", señala con el bastón María Magallanes, mientras se para para salir de la confitería Las Violetas, en Rivadavia y Medrano. La esquina de Almagro parece brillar desde que hace casi tres años reabrió el tradicional local con sus vitrales franceses de 1930. En uno de los tres más grandes —el conjunto suma 80 metros cuadrados— se ve a una nena jugando a la ronda en un jardín y a unos patitos nadando alrededor de una glorieta. Cerca toman el té Fiorella Caminetti, Miriam Allende, Jéssica Parra y Carolina Cruz, llegadas hace unos días de Chile: "Nos sentamos aquí para disfrutarlos mejor. Nos sentimos como las doncellas de los vitrales", dicen divertidas.

Como los de Las Violetas, Buenos Aires tiene otros majestuosos vitrales. Se los descubre en las iglesias, por supuesto, pero también en edificios públicos y privados, teatros, museos, hospitales, comercios y hasta en una estación de subte. Un recorrido por algunos de los más bellos enciende miles de ventanas por donde descubrir otra luz porteña.

"La mayoría son de fines del siglo XIX. ¿Por qué en ese momento? Porque había plata", explica sin rodeos Jorge Gazaneo, titular de la cátedra de Historia de la Arquitectura (UBA). "Al principio eran utilizados para narrar historias. Luego se los comenzó a usar paracubrir estéticamente los grandes espacios por donde pasa la luz", agrega.

Hace un año que el padre Sante Cervellin es el párroco de Nuestra Señora de los Emigrantes, en La Boca. Desde entonces, cada vez que da misa, lee la Biblia con parte de la luz que le llega a través de cristales naranjas, amarillos y azules. Detrás del altar hay diez enormes vitrales que relatan historias bíblicas, cada uno realizado en 1966 por artistas argentinos. Incluso la mismísima puerta de entrada es un vitral del pintor Raúl Russo.

Los expertos cuentan que en la Buenos Aires de 1880 había muchos talleres dedicados a realizar vitrales a pedido. "Es que en el 1900 se populariza el vitral con el norteamericano Louis Tiffany. La técnica del ornato permite que cualquier edificio tenga vitrales a bajo costo", dice el vitralista Carlos Herzberg.

Uno de los exponentes de la época es el edificio del Centro Nacional de la Música, la ex Biblioteca Nacional, inaugurado en 1901. La claraboya de la antigua sala de lectura es un cielo repleto de constelaciones. El vitral fue traído desde Barcelona por pedido expreso del escritor Paul Groussac. En otras tres cúpulas la luz se multiplica a través de las flores de los vitrales franceses de 1897. "Fueron reparados hace poco, pero por falta de una buena protección se están aflojando y cubriendo de hongos", dice la arquitecta Susana Lagos, quien con un grupo de especialistas se encargó de las refacciones.

El Teatro Colón es majestuoso por donde se lo mire. Tiene vitrales en los techos rectangulares y cúpulas del 1907. El año pasado se reconstruyeron dos de los seis cenitales del hall central —que representan a la Primavera y a la Fecundidad—, en el marco del plan para la puesta en valor y actualización tecnológica del teatro que comenzó en 2001. Además se realizó una licitación para arreglar los otros cuatro vitrales, incluido el de la cúpula octogonal, con diseños de la Grecia clásica. Cada vitral ya restaurado mide 9 x 2,80 metros, está a 12,5 metros de altura y se compone de 16 paños con casi 200 piezas. Fueron concebidos por el arquitecto Víctor Meano y realizados por la Casa Gaudin, de París.

Lejos de la ópera, Paula y Nicolás Sepúlveda comen en el Hard Rock Café. Al lado de su mesa, se levanta una pared no convencional. Allí Los Rolling Stones y Los Beatles son vidrio pintado. Y de copia fiel tienen poco: Keith Richards parece un boceto de sí mismo. "Están buenos. Ambientan el café", comentan.

Para Rosa Martínez es de lo más común ir a comprar pan a la panadería La Catalana, en Independencia al 2100. Tan habituada está que se sorprende cuando se le pregunta acerca de los vitrales violáceos del 1900, réplica de una confitería de Barcelona. "Para mínacieron con esta esquina. Adornan el barrio", dice.

Y hay más. Los de la ex Confitería Munich (actualmente el Centro de Museos), con imágenes bávaras diseñadas por Andrés Kálnay. Los de la inmensa araña del Teatro Avenida, que data de 1908 y mide 5 x 2 metros. Los del Café Tortoni. Los de la iglesia Santa Felicitas de Barracas, restaurados por Félix Bunge por encargo de la Dirección General de Patrimonio porteña.

Una enfermera sostiene una vela. Erguida, no se inmuta por la indiferencia de quienes la rodean. Los colores tierra y celeste la hacen sobresalir desde los tres vidrios de la antigua casa de enfermeríadel Hospital Británico. En cambio, en el hall del 1º piso del sindicato de la Unión Personal Civil de la Nación, los murciélagos, ángeles, estrellas y flores de los vitrales "La Noche" y "El día" no pasan desapercibidos.

Roberto Soler (78) asegura que nació inventando vitrales. "Me lo enseñó mi padre. Realicé los de los baños del Hotel Presidente, reparé los de la iglesia San Carlos y los más nuevos son los 18 que hicimos con mi hija Ana en la estación Tronador, de la línea B de subtes, donde contamos la historia de Villa Urquiza".

Fuente: Clarin

Link: http://old.clarin.com/diario/2004/05/23/laciudad/h-05415.htm

No hay comentarios:

Publicar un comentario