lunes, 23 de junio de 2014

Ciclovías cada vez más usadas pero invadidas por obstáculos

Tránsito y transporteClarín hizo un recorrido de 18 kilómetros junto a especialistas en seguridad vial. Si bien hay cada vez hay más ciclistas, deben esquivar contenedores, autos estacionados y hasta a los peatones.


“Todos somos ilegales”. La frase, estampada en la remera de un hombre empecinado en caminar por la ciclovía de Parque Centenario, es premonitoria de lo que será esta recorrida. El plan es pedalear hasta el microcentro desde Patricias Argentinas y Eduardo Acevedo, en el corazón geográfico de la Ciudad, y regresar. Así, a las 9 de un día de semana, empieza una gira de 18 km junto a dos expertos en seguridad vial del CESVI para relevar la red de ciclovías protegidas.

La ciclovía que rodea al Parque es un placer: es nueva, está bien señalizada y corre entre plazoletas. Pero hay que dejarla para tomar la de la calle Otamendi, donde ya en la primera cuadra hay que esquivar un camión estacionado, del que descargan cajas. Y en la segunda hay que sortear a un señor que empuja a otro que está en silla de ruedas por la ciclovía. Esquivar, cuando se anda en bici por un carril protegido, significa correr el riesgo de abrirse hacia la calle, por donde pasan automovilistas. Algunos de ellos muy enojados por la existencia de ese carril y de los ciclistas mismos. A lo largo del camino, habrá que repetir la maniobra numerosas veces.

En Rivadavia, la ciclovía se termina abruptamente, al igual que la calle. Del otro lado de la avenida se abre el estrecho pasaje El Maestro, por donde deben seguir tanto autos como bicis. Después hay que hacer una “S” para tomar Senillosa. Y pasa algo emocionante. Por esa calle circula un Porsche Carrera plateado. Su motor ronronea de poder, pero está limitado por el tránsito. El auto hace una cuadra a 20 km/h y se vuelve a detener. Pasarlo a puro pedaleo otorga una íntima sensación de triunfo.

La comitiva dobla por Valle, que después se convierte en Estados Unidos. Cada una o dos cuadras, hay que eludir un contenedor de basura en medio de la ciclovía. Hasta que se termina y no hay carteles que muestren cómo seguir. Una ciclista que pasa indica el camino. Para llegar al centro hay que doblar en la esquina, por la ciclovía de Virrey Liniers, y seguir por la de Carlos Calvo. Por esta calle son 22 cuadras de un viaje agradable, desestresante, rápido y, gracias a la ciclovía, seguro. El desconcierto aparece en el cruce con Salta, porque sin aviso pasa de la mano izquierda a la derecha. Los ciclistas, que vienen con onda verde, frenan y quedan a merced del tránsito hasta que pueden cruzar. La ciclovía se termina en Bernardo de Irigoyen. No hay otra a la vista.

Llegar al centro en bici fue divertido pero, ¿por dónde seguir? Aquí aparece el factor misterioso de esta gira. Carlos Calvo es contramano. Bernardo de Irigoyen se ve poco amigable para pedalear. La decisión escaminar empujando la bici por la vereda de la primera hasta Piedras, hacer tres cuadras por la calle y doblar en Chile, que sí tiene carril para ciclistas. Pero se termina en Perú y más allá sólo hay empedrado. La mejor opción es doblar en Perú y mezclarse con los autos y todo va bien hasta que la calle se hace peatonal. Entonces se convierte en el mismísimo infierno. Si los automovilistas no comprenden a los ciclistas, los peatones menos. Ninguno se corre ni reacciona ante el timbre de la bici.

Lo menos malo es doblar por Avenida de Mayo, aunque avance un piquete en contramano y los autos apenas se muevan. Nuevamente, la bici los supera. Al doblar por la ciclovía de Tacuarí-Suipacha aparece una valla que cierra el paso: están rehaciendo la calle. En la parte que aún no está en obra, son los peatones los que invaden la ciclovía, a pesar de que como Suipacha es semipeatonal, disponen mucho espacio para caminar.

Pero lo peor está por llegar: la ciclovía de Perón, un carril con sentido único hacia Pueyrredón demarcado con pintura en el declive junto al cordón. Hay que ir a timbrazo limpio, entre el tránsito y la gente que baja a la calle sin mirar. El stress va in crescendo hasta Once, que es el horror. Después de Uriburu, hay que lidiar con una maraña de manteros, changarínes, peatones, autos, colectivos y motos que invaden permanentemente la ciclovía. Una ciclista confundida viene en contramano. Y un hombre camina despreocupado por el pequeño carril. Tampoco le hace caso al timbre. Sólo se corre al grito de “¡Flaco, cuidado!”, pero es imposible evitar que una de las ruedas de la bici lo golpée.

Una cuadra antes de Pueyrredón, la ciclovía se vuelve doble mano y cruzando esa avenida, la tensión se desinfla. Las emociones fuertes se renuevan después de doblar en Bulnes y seguir por Potosí. Al 3800, dos obreros hacen mezcla de cemento en plena ciclovía. Y al 4000, donde está el Hospital Italiano, hay una larga fila de autos estacionados sobre los carriles para bicicletas. En Estivao, el camino se serena. La comitiva regresa por Patricias Argentinas al lugar donde comenzó, tres horas después y en una sola pieza. Uno de los especialistas del CESVI bromea: “Voy a agradecerle al Gauchito Gil”.

Fuente: Clarín 

Link: http://www.clarin.com/ciudades/Ciclovias-vez-usadas-invadidas-obstaculos_0_1157284330.html

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lunes, 23 de junio de 2014

Ciclovías cada vez más usadas pero invadidas por obstáculos

Tránsito y transporteClarín hizo un recorrido de 18 kilómetros junto a especialistas en seguridad vial. Si bien hay cada vez hay más ciclistas, deben esquivar contenedores, autos estacionados y hasta a los peatones.


“Todos somos ilegales”. La frase, estampada en la remera de un hombre empecinado en caminar por la ciclovía de Parque Centenario, es premonitoria de lo que será esta recorrida. El plan es pedalear hasta el microcentro desde Patricias Argentinas y Eduardo Acevedo, en el corazón geográfico de la Ciudad, y regresar. Así, a las 9 de un día de semana, empieza una gira de 18 km junto a dos expertos en seguridad vial del CESVI para relevar la red de ciclovías protegidas.

La ciclovía que rodea al Parque es un placer: es nueva, está bien señalizada y corre entre plazoletas. Pero hay que dejarla para tomar la de la calle Otamendi, donde ya en la primera cuadra hay que esquivar un camión estacionado, del que descargan cajas. Y en la segunda hay que sortear a un señor que empuja a otro que está en silla de ruedas por la ciclovía. Esquivar, cuando se anda en bici por un carril protegido, significa correr el riesgo de abrirse hacia la calle, por donde pasan automovilistas. Algunos de ellos muy enojados por la existencia de ese carril y de los ciclistas mismos. A lo largo del camino, habrá que repetir la maniobra numerosas veces.

En Rivadavia, la ciclovía se termina abruptamente, al igual que la calle. Del otro lado de la avenida se abre el estrecho pasaje El Maestro, por donde deben seguir tanto autos como bicis. Después hay que hacer una “S” para tomar Senillosa. Y pasa algo emocionante. Por esa calle circula un Porsche Carrera plateado. Su motor ronronea de poder, pero está limitado por el tránsito. El auto hace una cuadra a 20 km/h y se vuelve a detener. Pasarlo a puro pedaleo otorga una íntima sensación de triunfo.

La comitiva dobla por Valle, que después se convierte en Estados Unidos. Cada una o dos cuadras, hay que eludir un contenedor de basura en medio de la ciclovía. Hasta que se termina y no hay carteles que muestren cómo seguir. Una ciclista que pasa indica el camino. Para llegar al centro hay que doblar en la esquina, por la ciclovía de Virrey Liniers, y seguir por la de Carlos Calvo. Por esta calle son 22 cuadras de un viaje agradable, desestresante, rápido y, gracias a la ciclovía, seguro. El desconcierto aparece en el cruce con Salta, porque sin aviso pasa de la mano izquierda a la derecha. Los ciclistas, que vienen con onda verde, frenan y quedan a merced del tránsito hasta que pueden cruzar. La ciclovía se termina en Bernardo de Irigoyen. No hay otra a la vista.

Llegar al centro en bici fue divertido pero, ¿por dónde seguir? Aquí aparece el factor misterioso de esta gira. Carlos Calvo es contramano. Bernardo de Irigoyen se ve poco amigable para pedalear. La decisión escaminar empujando la bici por la vereda de la primera hasta Piedras, hacer tres cuadras por la calle y doblar en Chile, que sí tiene carril para ciclistas. Pero se termina en Perú y más allá sólo hay empedrado. La mejor opción es doblar en Perú y mezclarse con los autos y todo va bien hasta que la calle se hace peatonal. Entonces se convierte en el mismísimo infierno. Si los automovilistas no comprenden a los ciclistas, los peatones menos. Ninguno se corre ni reacciona ante el timbre de la bici.

Lo menos malo es doblar por Avenida de Mayo, aunque avance un piquete en contramano y los autos apenas se muevan. Nuevamente, la bici los supera. Al doblar por la ciclovía de Tacuarí-Suipacha aparece una valla que cierra el paso: están rehaciendo la calle. En la parte que aún no está en obra, son los peatones los que invaden la ciclovía, a pesar de que como Suipacha es semipeatonal, disponen mucho espacio para caminar.

Pero lo peor está por llegar: la ciclovía de Perón, un carril con sentido único hacia Pueyrredón demarcado con pintura en el declive junto al cordón. Hay que ir a timbrazo limpio, entre el tránsito y la gente que baja a la calle sin mirar. El stress va in crescendo hasta Once, que es el horror. Después de Uriburu, hay que lidiar con una maraña de manteros, changarínes, peatones, autos, colectivos y motos que invaden permanentemente la ciclovía. Una ciclista confundida viene en contramano. Y un hombre camina despreocupado por el pequeño carril. Tampoco le hace caso al timbre. Sólo se corre al grito de “¡Flaco, cuidado!”, pero es imposible evitar que una de las ruedas de la bici lo golpée.

Una cuadra antes de Pueyrredón, la ciclovía se vuelve doble mano y cruzando esa avenida, la tensión se desinfla. Las emociones fuertes se renuevan después de doblar en Bulnes y seguir por Potosí. Al 3800, dos obreros hacen mezcla de cemento en plena ciclovía. Y al 4000, donde está el Hospital Italiano, hay una larga fila de autos estacionados sobre los carriles para bicicletas. En Estivao, el camino se serena. La comitiva regresa por Patricias Argentinas al lugar donde comenzó, tres horas después y en una sola pieza. Uno de los especialistas del CESVI bromea: “Voy a agradecerle al Gauchito Gil”.

Fuente: Clarín 

Link: http://www.clarin.com/ciudades/Ciclovias-vez-usadas-invadidas-obstaculos_0_1157284330.html

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