domingo, 1 de julio de 2012

Dólar y dolarización

Aspectos culturales, razones históricas y también condiciones económicas y sociales permiten entender la elección del billete verde en lugar de la moneda nacional como vehículo de ahorro. Desafíos y restricciones para superar ese problema.


No cabe duda de que el problema del dólar es un problema cultural para los argentinos. Esto no significa que no tenga explicaciones sociales y económicas. Existen razones históricas y también económico-sociales muy concretas por las cuales en ámbitos locales persiste esta “preferencia por el dólar”. El dólar sigue siendo un refugio para el ahorro de las personas frente a la gran volatilidad que históricamente tuvo el peso (los distintos pesos). Asimismo, pese a que a nivel internacional el dólar se halla en la picota, todavía no ha emergido otra moneda internacional que lo sustituya, por lo menos en América latina. También tiene que ver con que el proceso inflacionario induce a muchos a pensar que eventualmente se va a producir una devaluación del tipo de cambio.

Como frecuentemente se nos recuerda, la inflación ha sido endémica en el país. En la década de los ’60 rondó en casi todos los años el ’40 por ciento anual. En otras décadas superaba frecuentemente el ciento por ciento. Luego, en el período 1989-1991 se registraron tres hiperinflaciones que inducían a muchas personas a transferir rápidamente sus salarios a dólares, ya que éstos aparecían no sólo como refugio para los ahorros, sino también como mecanismo para mantener el poder adquisitivo de los ingresos.

En la actualidad, la inflación reapareció como problema y hasta ahora no se ha establecido una forma para controlarla con efectividad. Se trata de un problema que induce a las personas a querer comprar dólares, incluso más allá de sus requerimientos para viajar, comprar insumos para su producción industrial o agraria, u otros bienes necesarios para el consumo personal provenientes del exterior.

Con la convertibilidad y en todo el período que condujo a la crisis del 2001/2002 se impulsó la plena dolarización de la economía. Si bien en nuestro país, por suerte, no se produjo, dicha dolarización persiste en muchos ámbitos, por ejemplo, en los mercados de valores inmobiliarios. Una propiedad, una casa, tiene la característica (por lo menos en nuestro país) de que pese a los avatares por los que pasa la economía, sus valores se mantienen, e incluso aumentan en términos relativos. Existe la noción de que “los ladrillos” son bienvenidos porque, entre otras cosas, mantienen su valor, y pueden ser un refugio importante para las rentas que se generan en otros sectores. Puede ser ésta una de las razones por las cuales la prohibición de realizar transacciones inmobiliarias en dólares puede generar un parate en el mercado inmobiliario local, por lo menos en el corto plazo.

No sólo está dolarizado el mercado inmobiliario, también persisten los depósitos en moneda extranjera de argentinos en el exterior, que desde la década de los ’70 aumentaron a la par del endeudamiento externo. Este es otro elemento que señala la poca importancia relativa que se le da al peso argentino, cuya volatilidad puede llegar a ser muy importante.

Vemos así cómo el dólar se ha transformado en un problema. Desde el punto de vista del Gobierno, son requeridas medidas para controlar la fuga de dólares debido a la reducción que se produjo en los últimos años en el superávit de la balanza comercial y fiscal. El Gobierno estima que pueden surgir problemas a futuro para pagar los servicios de la deuda externa. Para enfrentar esa disyuntiva impulsó los controles sobre las importaciones y las restricciones a la compra de dólares en el mercado interno. Hubiera podido, como alternativa, revisar el problema de la deuda y renegociarla teniendo presente que una parte de la misma fue considerada ilegítima y odiosa. Sin embargo se optó por seguir adelante con el pago de los servicios de la deuda, como si éstos fuesen sacrosantos.

Debemos preguntarnos acerca de la efectividad que tienen los controles para la compra de dólares establecidos en la actualidad. Por cierto, tienden a afectar mucho más al chiquitaje que a los grandes capitalistas, quienes tienen mecanismos disponibles para proveerse de dólares y sus transferencias al exterior. Por cierto tales medidas no deberían ir en contra del mantenimiento de un alto nivel de la demanda global para evitar la caída de la actividad económica, y una desocupación como la que tuvimos durante la crisis del 2001/2002. Si embargo existe un parate en la actividad económica que en parte es debido a que muchas industrias que necesitan importar bienes del exterior para impulsar su producción interna no pueden hacerlo. Esto también porque el grado de sustitución de importaciones no ha avanzado lo suficientemente como era de esperar y porque se ha creado un clima de incertidumbre que incide sobre las expectativas de inversión y consumo.

Pero lo esencial es abordar con efectividad el proceso inflacionario, dinámica que tiene por lo menos tres importantes fuentes: el alza de los precios de los commodities en los mercados internacionales sin que se haya podido neutralizar sus efectos en los mercados internos, especialmente sobre el precio de los alimentos de consumo popular; el alza de las tarifas públicas, en aras de reducir los subsidios que en última instancia favorecen a las empresas privatizadas de servicios públicos, y el alza de los precios de los bienes y servicios orientados a los sectores de altos ingresos –educación, salud, vivienda, crédito– que tienden a perpetuarse en una economía en lo esencial desarticulada, o sea, que favorece la producción de bienes de lujo orientados a sectores de altos ingresos en detrimento de la producción de bienes-salario.

La reducción del proceso inflacionario que ya tiende a propagarse en función de expectativas inflacionarias de los grupos empresariales, especialmente de los más grandes que controlan sectores clave de la economía, no puede resolverse con medidas ortodoxas, como sería el “enfriamiento de la economía”, con sus correspondientes ajustes y el atraso cambiario, los cuales sólo contribuirían a la instauración de tendencias recesivas en el país. Seguramente la ortodoxia y el FMI querrían que el país emprendiera nuevamente el camino del endeudamiento externo, con programas de ajuste que ya conocemos, que sería volver al esquema de la valorización financiera de los ’90, opción que sería nefasta por cierto.

Fuente: Pagina 12

Link: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-6101-2012-07-01.html

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domingo, 1 de julio de 2012

Dólar y dolarización

Aspectos culturales, razones históricas y también condiciones económicas y sociales permiten entender la elección del billete verde en lugar de la moneda nacional como vehículo de ahorro. Desafíos y restricciones para superar ese problema.


No cabe duda de que el problema del dólar es un problema cultural para los argentinos. Esto no significa que no tenga explicaciones sociales y económicas. Existen razones históricas y también económico-sociales muy concretas por las cuales en ámbitos locales persiste esta “preferencia por el dólar”. El dólar sigue siendo un refugio para el ahorro de las personas frente a la gran volatilidad que históricamente tuvo el peso (los distintos pesos). Asimismo, pese a que a nivel internacional el dólar se halla en la picota, todavía no ha emergido otra moneda internacional que lo sustituya, por lo menos en América latina. También tiene que ver con que el proceso inflacionario induce a muchos a pensar que eventualmente se va a producir una devaluación del tipo de cambio.

Como frecuentemente se nos recuerda, la inflación ha sido endémica en el país. En la década de los ’60 rondó en casi todos los años el ’40 por ciento anual. En otras décadas superaba frecuentemente el ciento por ciento. Luego, en el período 1989-1991 se registraron tres hiperinflaciones que inducían a muchas personas a transferir rápidamente sus salarios a dólares, ya que éstos aparecían no sólo como refugio para los ahorros, sino también como mecanismo para mantener el poder adquisitivo de los ingresos.

En la actualidad, la inflación reapareció como problema y hasta ahora no se ha establecido una forma para controlarla con efectividad. Se trata de un problema que induce a las personas a querer comprar dólares, incluso más allá de sus requerimientos para viajar, comprar insumos para su producción industrial o agraria, u otros bienes necesarios para el consumo personal provenientes del exterior.

Con la convertibilidad y en todo el período que condujo a la crisis del 2001/2002 se impulsó la plena dolarización de la economía. Si bien en nuestro país, por suerte, no se produjo, dicha dolarización persiste en muchos ámbitos, por ejemplo, en los mercados de valores inmobiliarios. Una propiedad, una casa, tiene la característica (por lo menos en nuestro país) de que pese a los avatares por los que pasa la economía, sus valores se mantienen, e incluso aumentan en términos relativos. Existe la noción de que “los ladrillos” son bienvenidos porque, entre otras cosas, mantienen su valor, y pueden ser un refugio importante para las rentas que se generan en otros sectores. Puede ser ésta una de las razones por las cuales la prohibición de realizar transacciones inmobiliarias en dólares puede generar un parate en el mercado inmobiliario local, por lo menos en el corto plazo.

No sólo está dolarizado el mercado inmobiliario, también persisten los depósitos en moneda extranjera de argentinos en el exterior, que desde la década de los ’70 aumentaron a la par del endeudamiento externo. Este es otro elemento que señala la poca importancia relativa que se le da al peso argentino, cuya volatilidad puede llegar a ser muy importante.

Vemos así cómo el dólar se ha transformado en un problema. Desde el punto de vista del Gobierno, son requeridas medidas para controlar la fuga de dólares debido a la reducción que se produjo en los últimos años en el superávit de la balanza comercial y fiscal. El Gobierno estima que pueden surgir problemas a futuro para pagar los servicios de la deuda externa. Para enfrentar esa disyuntiva impulsó los controles sobre las importaciones y las restricciones a la compra de dólares en el mercado interno. Hubiera podido, como alternativa, revisar el problema de la deuda y renegociarla teniendo presente que una parte de la misma fue considerada ilegítima y odiosa. Sin embargo se optó por seguir adelante con el pago de los servicios de la deuda, como si éstos fuesen sacrosantos.

Debemos preguntarnos acerca de la efectividad que tienen los controles para la compra de dólares establecidos en la actualidad. Por cierto, tienden a afectar mucho más al chiquitaje que a los grandes capitalistas, quienes tienen mecanismos disponibles para proveerse de dólares y sus transferencias al exterior. Por cierto tales medidas no deberían ir en contra del mantenimiento de un alto nivel de la demanda global para evitar la caída de la actividad económica, y una desocupación como la que tuvimos durante la crisis del 2001/2002. Si embargo existe un parate en la actividad económica que en parte es debido a que muchas industrias que necesitan importar bienes del exterior para impulsar su producción interna no pueden hacerlo. Esto también porque el grado de sustitución de importaciones no ha avanzado lo suficientemente como era de esperar y porque se ha creado un clima de incertidumbre que incide sobre las expectativas de inversión y consumo.

Pero lo esencial es abordar con efectividad el proceso inflacionario, dinámica que tiene por lo menos tres importantes fuentes: el alza de los precios de los commodities en los mercados internacionales sin que se haya podido neutralizar sus efectos en los mercados internos, especialmente sobre el precio de los alimentos de consumo popular; el alza de las tarifas públicas, en aras de reducir los subsidios que en última instancia favorecen a las empresas privatizadas de servicios públicos, y el alza de los precios de los bienes y servicios orientados a los sectores de altos ingresos –educación, salud, vivienda, crédito– que tienden a perpetuarse en una economía en lo esencial desarticulada, o sea, que favorece la producción de bienes de lujo orientados a sectores de altos ingresos en detrimento de la producción de bienes-salario.

La reducción del proceso inflacionario que ya tiende a propagarse en función de expectativas inflacionarias de los grupos empresariales, especialmente de los más grandes que controlan sectores clave de la economía, no puede resolverse con medidas ortodoxas, como sería el “enfriamiento de la economía”, con sus correspondientes ajustes y el atraso cambiario, los cuales sólo contribuirían a la instauración de tendencias recesivas en el país. Seguramente la ortodoxia y el FMI querrían que el país emprendiera nuevamente el camino del endeudamiento externo, con programas de ajuste que ya conocemos, que sería volver al esquema de la valorización financiera de los ’90, opción que sería nefasta por cierto.

Fuente: Pagina 12

Link: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-6101-2012-07-01.html

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