El Gobierno aplicó un cepo casi pleno a la compra de dólares. En adelante, no importa cuánto se gane en blanco o en negro… si son $3000, $10.000 o $20.000…lo más seguro es que igualmente no podrá comprar divisas. Se pueden discutir los impactos sobre el consumo, el ingreso, la actividad y las expectativas. Se pueden discutir los motivos reales del Gobierno o si faltan dólares o no. Pero no se puede obviar una realidad: lo que hubo en los últimos días fue una superdevaluación, con un dólar que escaló a $5,6-$5,7 y amplió a más de 25% su brecha con el dólar oficial. Y si se tiene en cuenta que a fines de octubre de 2011, cuando aún existía libertad para comprarlos el precio era de $4,3 y que hoy el público sólo puede adquirirlos en cuevas a no menos de $5,6, en seis meses y medio su valor acumula un aumento mayor a 30%.
El valor del dólar en la Argentina es como la inflación para el Indec. Existe pero no existe. Hay un dólar oficial a $4,46-$4,5. Pero es un valor irreal…porque excepto el Gobierno y los importadores autorizados, nadie más puede conseguirlos ese precio. ¿Qué se logra con esa medida? La demanda de dólares se frena, aunque relativamente.
Quien desee comprar divisas puede hacerlo en forma más incómoda y pagando un precio mayor. Más allá de los controles oficiales, abundan los arbolitos en la city y las cuevas escondidas en barrios, donde cualquier ciudadano puede hacerse de dólares. No es tan cómodo como ir a un banco o a una casa de cambio, hay que tener algún contacto y tiene algunos riesgos mayores. Pero no hay impedimento de conseguir los billetes estadounidenses.
¿Y la competitividad?
Un aspecto positivo del cepo es que le pone un freno adicional a la importación de bienes de consumo. El que quiere viajar a Miami con valijas vacías para traerlas repletas de mercadería, puede hacerlo, pero el dólar ya no vale $4,5 sino $5,5 y la cuenta cambia. El que quiere vacacionar fuera del país, puede hacerlo, pero su dólar de referencia ya no es el oficial, sino el paralelo. En otras palabras, el dólar se le encareció mucho.
Eso puede tener impacto positivo sobre la economía local, pero es marginal…porque en materia de competitividad, esta devaluación se quedó renga. El exportador no puede gozar de los beneficios del dólar alto, porque tiene que liquidar sus dólares a $4,5. O sea, vía cambiaria se aplica el equivalente a un impuesto encubierto al exportador. Y al importador autorizado, se le da una especie de subsidio, porque sigue importando a un dólar que hoy es ficticio. Todo lo contrario a lo que se espera de una devaluación.
Con ello no se puede concluir que la medida del Gobierno esté bien o esté mal, o si sirva o no.
Todo depende de los objetivos que se buscan. Pero sí llama inevitablemente a reflexionar sobre algunas cuestiones. Por un lado, comprender que la Argentina devaluó su moneda…pero al mismo tiempo analizar por qué la devaluó de esta manera tan extraña. Lo que pasa en la plaza cambiaria es síntoma de un conjunto de problemas latentes. El Gobierno claramente acomodó todo el mercado cambiario a mantener ‘su’ balanza comercial superavitaria porque de alguna manera buena parte de las importaciones de este año se las lleva el rubro ‘energía’, en el que se estiman compras por más de U$S 12.000 millones. Y con este esquema cambiario, la Argentina se asegura importarla a dólar barato.
Pero las consecuencias se están viendo sobre el sistema productivo, que está sufriendo el impacto de un dólar totalmente distorsionado, que abarata el grueso de las importaciones y encarece el costo del exportador. El Gobierno está haciendo equilibrio sobre cuerdas cada vez más flojas. Y no se le niegan sus virtudes de gran equilibrista. Las demostró, y las sigue demostrando, aunque por momentos esas virtudes se desdibujan en las mismas dificultades que tiene para entender que los problemas son más simples y más profundos. Por ahora, persiste un activo muy valioso, que es la confianza casi absoluta de más del 50% de la población en cada una de las acciones oficiales: ese es el principal ancla que tiene la economía argentina y lo que está frenando una escalada mayor del dólar, de los precios y una caída más profunda en la actividad. Ese activo habrá que cuidarlo con esmero, porque la macroeconomía, si se debilita la confianza, puede derivar para cualquier lado.
Fuente: El Economista
Link: http://www.eleconomista.com.ar/?p=2874
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sábado, 19 de mayo de 2012
La Argentina está devaluando... de una manera "no competitiva"
El Gobierno aplicó un cepo casi pleno a la compra de dólares. En adelante, no importa cuánto se gane en blanco o en negro… si son $3000, $10.000 o $20.000…lo más seguro es que igualmente no podrá comprar divisas. Se pueden discutir los impactos sobre el consumo, el ingreso, la actividad y las expectativas. Se pueden discutir los motivos reales del Gobierno o si faltan dólares o no. Pero no se puede obviar una realidad: lo que hubo en los últimos días fue una superdevaluación, con un dólar que escaló a $5,6-$5,7 y amplió a más de 25% su brecha con el dólar oficial. Y si se tiene en cuenta que a fines de octubre de 2011, cuando aún existía libertad para comprarlos el precio era de $4,3 y que hoy el público sólo puede adquirirlos en cuevas a no menos de $5,6, en seis meses y medio su valor acumula un aumento mayor a 30%.
El valor del dólar en la Argentina es como la inflación para el Indec. Existe pero no existe. Hay un dólar oficial a $4,46-$4,5. Pero es un valor irreal…porque excepto el Gobierno y los importadores autorizados, nadie más puede conseguirlos ese precio. ¿Qué se logra con esa medida? La demanda de dólares se frena, aunque relativamente.
Quien desee comprar divisas puede hacerlo en forma más incómoda y pagando un precio mayor. Más allá de los controles oficiales, abundan los arbolitos en la city y las cuevas escondidas en barrios, donde cualquier ciudadano puede hacerse de dólares. No es tan cómodo como ir a un banco o a una casa de cambio, hay que tener algún contacto y tiene algunos riesgos mayores. Pero no hay impedimento de conseguir los billetes estadounidenses.
¿Y la competitividad?
Un aspecto positivo del cepo es que le pone un freno adicional a la importación de bienes de consumo. El que quiere viajar a Miami con valijas vacías para traerlas repletas de mercadería, puede hacerlo, pero el dólar ya no vale $4,5 sino $5,5 y la cuenta cambia. El que quiere vacacionar fuera del país, puede hacerlo, pero su dólar de referencia ya no es el oficial, sino el paralelo. En otras palabras, el dólar se le encareció mucho.
Eso puede tener impacto positivo sobre la economía local, pero es marginal…porque en materia de competitividad, esta devaluación se quedó renga. El exportador no puede gozar de los beneficios del dólar alto, porque tiene que liquidar sus dólares a $4,5. O sea, vía cambiaria se aplica el equivalente a un impuesto encubierto al exportador. Y al importador autorizado, se le da una especie de subsidio, porque sigue importando a un dólar que hoy es ficticio. Todo lo contrario a lo que se espera de una devaluación.
Con ello no se puede concluir que la medida del Gobierno esté bien o esté mal, o si sirva o no.
Todo depende de los objetivos que se buscan. Pero sí llama inevitablemente a reflexionar sobre algunas cuestiones. Por un lado, comprender que la Argentina devaluó su moneda…pero al mismo tiempo analizar por qué la devaluó de esta manera tan extraña. Lo que pasa en la plaza cambiaria es síntoma de un conjunto de problemas latentes. El Gobierno claramente acomodó todo el mercado cambiario a mantener ‘su’ balanza comercial superavitaria porque de alguna manera buena parte de las importaciones de este año se las lleva el rubro ‘energía’, en el que se estiman compras por más de U$S 12.000 millones. Y con este esquema cambiario, la Argentina se asegura importarla a dólar barato.
Pero las consecuencias se están viendo sobre el sistema productivo, que está sufriendo el impacto de un dólar totalmente distorsionado, que abarata el grueso de las importaciones y encarece el costo del exportador. El Gobierno está haciendo equilibrio sobre cuerdas cada vez más flojas. Y no se le niegan sus virtudes de gran equilibrista. Las demostró, y las sigue demostrando, aunque por momentos esas virtudes se desdibujan en las mismas dificultades que tiene para entender que los problemas son más simples y más profundos. Por ahora, persiste un activo muy valioso, que es la confianza casi absoluta de más del 50% de la población en cada una de las acciones oficiales: ese es el principal ancla que tiene la economía argentina y lo que está frenando una escalada mayor del dólar, de los precios y una caída más profunda en la actividad. Ese activo habrá que cuidarlo con esmero, porque la macroeconomía, si se debilita la confianza, puede derivar para cualquier lado.
Fuente: El Economista
Link: http://www.eleconomista.com.ar/?p=2874
El valor del dólar en la Argentina es como la inflación para el Indec. Existe pero no existe. Hay un dólar oficial a $4,46-$4,5. Pero es un valor irreal…porque excepto el Gobierno y los importadores autorizados, nadie más puede conseguirlos ese precio. ¿Qué se logra con esa medida? La demanda de dólares se frena, aunque relativamente.
Quien desee comprar divisas puede hacerlo en forma más incómoda y pagando un precio mayor. Más allá de los controles oficiales, abundan los arbolitos en la city y las cuevas escondidas en barrios, donde cualquier ciudadano puede hacerse de dólares. No es tan cómodo como ir a un banco o a una casa de cambio, hay que tener algún contacto y tiene algunos riesgos mayores. Pero no hay impedimento de conseguir los billetes estadounidenses.
¿Y la competitividad?
Un aspecto positivo del cepo es que le pone un freno adicional a la importación de bienes de consumo. El que quiere viajar a Miami con valijas vacías para traerlas repletas de mercadería, puede hacerlo, pero el dólar ya no vale $4,5 sino $5,5 y la cuenta cambia. El que quiere vacacionar fuera del país, puede hacerlo, pero su dólar de referencia ya no es el oficial, sino el paralelo. En otras palabras, el dólar se le encareció mucho.
Eso puede tener impacto positivo sobre la economía local, pero es marginal…porque en materia de competitividad, esta devaluación se quedó renga. El exportador no puede gozar de los beneficios del dólar alto, porque tiene que liquidar sus dólares a $4,5. O sea, vía cambiaria se aplica el equivalente a un impuesto encubierto al exportador. Y al importador autorizado, se le da una especie de subsidio, porque sigue importando a un dólar que hoy es ficticio. Todo lo contrario a lo que se espera de una devaluación.
Con ello no se puede concluir que la medida del Gobierno esté bien o esté mal, o si sirva o no.
Todo depende de los objetivos que se buscan. Pero sí llama inevitablemente a reflexionar sobre algunas cuestiones. Por un lado, comprender que la Argentina devaluó su moneda…pero al mismo tiempo analizar por qué la devaluó de esta manera tan extraña. Lo que pasa en la plaza cambiaria es síntoma de un conjunto de problemas latentes. El Gobierno claramente acomodó todo el mercado cambiario a mantener ‘su’ balanza comercial superavitaria porque de alguna manera buena parte de las importaciones de este año se las lleva el rubro ‘energía’, en el que se estiman compras por más de U$S 12.000 millones. Y con este esquema cambiario, la Argentina se asegura importarla a dólar barato.
Pero las consecuencias se están viendo sobre el sistema productivo, que está sufriendo el impacto de un dólar totalmente distorsionado, que abarata el grueso de las importaciones y encarece el costo del exportador. El Gobierno está haciendo equilibrio sobre cuerdas cada vez más flojas. Y no se le niegan sus virtudes de gran equilibrista. Las demostró, y las sigue demostrando, aunque por momentos esas virtudes se desdibujan en las mismas dificultades que tiene para entender que los problemas son más simples y más profundos. Por ahora, persiste un activo muy valioso, que es la confianza casi absoluta de más del 50% de la población en cada una de las acciones oficiales: ese es el principal ancla que tiene la economía argentina y lo que está frenando una escalada mayor del dólar, de los precios y una caída más profunda en la actividad. Ese activo habrá que cuidarlo con esmero, porque la macroeconomía, si se debilita la confianza, puede derivar para cualquier lado.
Fuente: El Economista
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