domingo, 6 de noviembre de 2011

Obras en Construccion. No se ataca la creciente inseguridad

Esta vez el edificio avisó y hubo suerte. No siempre es así. El viernes, si el edificio no hubiera crujido, la historia hubiera sido otra. ¿Acaso, debe cambiar nuestra mirada sobre lo que no se puede tolerar más a partir de los muertos? Cuando el 9 de agosto cayó el gimnasio en Villa Urquiza no hubo aviso. Fue trágico: Maximiliano Salgado, Luis Lu y Guillermo Fede estaban entrenando y murieron. Colapsó la medianera del edificio de Mendoza al 5000 mientras una excavadora trabajaba en el lote vecino. Acusan al ingeniero a cargo de no haber cumplido con las medidas de seguridad y apuntalamiento del pozo.

En Bartolomé Mitre la investigación deberá determinar cómo y por qué la excavación terminó afectando los cimientos del edificio que se desplomó por falta de sostén por su propio peso.


Pero en general lo que no se ataca es la creciente inseguridad de las obras en construcción, principalmente por negligencias. La búsqueda de maximización de ganancias provoca la minimización de las condiciones de seguridad, entre otras cosas. No por nada las crónicas periodísticas viven destacando accidentes en la fase previa o en la primera fase de las obras: excavaciones de pozos –el momento del mayor riesgo– y colocación de las primeras losas. Lo mínimo que se reproduce son los casos de obreros lastimados. La excavación se hace rápido para pagar menos el alquiler de la máquina.


Tampoco alcanza con decir: “se controló”. Hay inspecciones ineficaces, a destiempo (50 días después de la denuncia), van y no encuentran a nadie, o llegan cuando la excavación ya ha terminado. Y hasta funcionarios que sostienen públicamente que en estas cuestiones los profesionales “se tienen que autoregular” tampoco ayudan a que el panorama cambie. Todo eso sucede en una Ciudad que promulga leyes que nadie cumple, salvo la antitabaco.


Hay quejas por las obras: lógicamente molestan, pero eso sería menor. Las negligencias no son castigadas. En Palermo, un aventurero hizo un edificio de doble ancho de frente sin cocheras –debía hacerlas– y tras el final de obra agregó un piso. El Gobierno porteño obligó a demolerlo pero una jueza lo negó. No pasó nada porque el sistema está armado para eso, garantiza negocio con impunidad, como en los juicios por accidentes de tránsito.


Y mientras no hay respuestas, hay gente que muere, otra queda herida, otros pierden sus casas. La industria avanza innecesariamente como una topadora y las víctimas, a los costados. Esperando reclamar.


Fuente: Clarin

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domingo, 6 de noviembre de 2011

Obras en Construccion. No se ataca la creciente inseguridad

Esta vez el edificio avisó y hubo suerte. No siempre es así. El viernes, si el edificio no hubiera crujido, la historia hubiera sido otra. ¿Acaso, debe cambiar nuestra mirada sobre lo que no se puede tolerar más a partir de los muertos? Cuando el 9 de agosto cayó el gimnasio en Villa Urquiza no hubo aviso. Fue trágico: Maximiliano Salgado, Luis Lu y Guillermo Fede estaban entrenando y murieron. Colapsó la medianera del edificio de Mendoza al 5000 mientras una excavadora trabajaba en el lote vecino. Acusan al ingeniero a cargo de no haber cumplido con las medidas de seguridad y apuntalamiento del pozo.

En Bartolomé Mitre la investigación deberá determinar cómo y por qué la excavación terminó afectando los cimientos del edificio que se desplomó por falta de sostén por su propio peso.


Pero en general lo que no se ataca es la creciente inseguridad de las obras en construcción, principalmente por negligencias. La búsqueda de maximización de ganancias provoca la minimización de las condiciones de seguridad, entre otras cosas. No por nada las crónicas periodísticas viven destacando accidentes en la fase previa o en la primera fase de las obras: excavaciones de pozos –el momento del mayor riesgo– y colocación de las primeras losas. Lo mínimo que se reproduce son los casos de obreros lastimados. La excavación se hace rápido para pagar menos el alquiler de la máquina.


Tampoco alcanza con decir: “se controló”. Hay inspecciones ineficaces, a destiempo (50 días después de la denuncia), van y no encuentran a nadie, o llegan cuando la excavación ya ha terminado. Y hasta funcionarios que sostienen públicamente que en estas cuestiones los profesionales “se tienen que autoregular” tampoco ayudan a que el panorama cambie. Todo eso sucede en una Ciudad que promulga leyes que nadie cumple, salvo la antitabaco.


Hay quejas por las obras: lógicamente molestan, pero eso sería menor. Las negligencias no son castigadas. En Palermo, un aventurero hizo un edificio de doble ancho de frente sin cocheras –debía hacerlas– y tras el final de obra agregó un piso. El Gobierno porteño obligó a demolerlo pero una jueza lo negó. No pasó nada porque el sistema está armado para eso, garantiza negocio con impunidad, como en los juicios por accidentes de tránsito.


Y mientras no hay respuestas, hay gente que muere, otra queda herida, otros pierden sus casas. La industria avanza innecesariamente como una topadora y las víctimas, a los costados. Esperando reclamar.


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