viernes, 7 de abril de 2017

La batalla por las veredas

Las cervecerías artesanales se expanden hacia la calle: mientras los habitués celebran la reapropiación del espacio público, los vecinos se sienten invadidos


Con guirnaldas de luces y banderines de colores como techo, medio centenar de personas disfruta de unas de las últimas noches de verano ahí donde el palermitano pasaje Cabrer desemboca en Gurruchaga. Algunos están sentados en los bancos largos que la cervecería Growlers tiene en su frente, otros a sus altas mesas, y no son pocos los que directamente se instalan -reglamentaria pinta de cerveza en mano- en el cordón de la vereda o incluso sobre el empedrado de la ochava. No hay música, pero sí un constante murmullo de voces del que sobresale de tanto en tanto alguna risa o exclamación de bienvenida.

"Me gusta la calle", dice Pablo Paz, de 39 años, que vive a unas cuatro cuadras de Growlers, a donde acude un par de noches de semana con sus amigos a tomar una cerveza en la vereda del bar, a modo de aperitivo. Esta noche lo acompañan Juampi y Pablo; también Camila, cruza de labrador y golden, que toma agua de una bandejita de plástico mientras el grupo charla. "Juntarse con amigos en la vereda es romper un poco el molde de Palermo, es una opción mucho más relajada que ir a un bar donde está lleno de gente y no podés hablar. Obvio que uno trata de no molestar a los vecinos", agrega Pablo, que vive a cuatro cuadras.

Claro que no todos los vecinos están tan conformes con la moda impuesta por las cervecerías artesanales porteñas-especialmente en primavera/verano- de reunirse a tomar una pinta en la vereda. Hay quejas, también alguna que otra denuncia, que tienen como eje ese manso pero constante bullicio que emana de la gente reunida a la puerta de estos bares.
"Aunque nunca hubo una confrontación ni nada por el estilo, tuve que ir a quejarme un par de veces al bar de la esquina para pedir que la gente no hable tan fuerte y que no se acode en la ventana de mi casa", cuenta Pablo Mastrovicenzo, que viven en el pasaje Cabrer, compartiendo medianera con Growlers. A fin de año, agrega, "hice una denuncia en la fiscalía porque en las Fiestas extendieron el horario hasta las 7 de la mañana". Pablo reconoce, sí, que la apertura del bar a fines de octubre pasado iluminó el pasaje hasta entonces bastante oscuro.

Sucede que el uso de la vereda como extensión de las cervecerías, más allá del espacio delimitado para las mesas, es una constante que hoy se verifica no sólo en Palermo, sino también en barrios como San Telmo, Belgrano, Colegiales o Núñez, entre otros, donde la pinta after office ya se ha convertido en una costumbre.

"El plan es una cerveza y a casa. Paso por el bar al terminar mis actividades de la semana (hoy vengo de una clase de canto), y luego sigo mi viaje", cuenta Agustina Ginanni, de 25 años, y bebe un sorbo de una red scottish que hasta hace dos minutos descansaba sobre la tapa de un cesto de basura adosado a un poste, una suerte de límite geográfico entre la vereda de la cervecería Nola y la casa lindera. Ella sabe que, si a avanza un par de pasos paralelos a Gorriti, en dirección sur, entrará en la vereda del vecino y eso hará que la mesera, que cada diez minutos sale a recoger los vasos de vidrio vacíos, le pida amablemente que vuelva al terreno del bar.

Son las reglas del juego. Después de todo, hay un código de conducta tácito, que la mayoría respeta, y que implica no elevar el tono de voz y no ensuciar la vereda. En algún momento de la noche, alguna pinta se hará añicos contra el suelo, pero los vidrios pronto serán barridos, a sabiendas de que no sólo representa un peligro para los transeúntes, sino también para el negocio.

"La regla al estar afuera es no invadir la propiedad del vecino -dice Nicolás Di Julio, encargado de noche de Nola-. Si bien usamos todo el ancho de la vereda, y nos extendemos a la esquina, donde hay un local vacío, pedimos constantemente a los clientes que no vayan para el lado donde hay casas. Al mismo tiempo, tratamos de mantener el orden; al final del servicio, todos los días, hacemos una limpieza a fondo de la vereda nuestra y la de nuestro vecino, para mantener el orden y la paz".

Una recorrida nocturna por algunas de las más convocantes cervecerías que hacen de las veredas de la ciudad de Buenos Aires una extensión de su local sugiere que no es el tema de la limpieza del espacio público el punto de desencuentro con los vecinos (hay que señalar aquí una clara diferencia entre estos bares, que ponen más o menos empeño en limpiar la suciedad que genera su actividad y los kioskos que venden bebidas alcohólicas y en cuyas veredas se amontonan las latas de cerveza o los vidrios rotos de las botellas). Lo conflictivo, parece, es lo que los vecinos catalogan en sus denuncias como "ruidos molestos".
El ruido y la calle

"Para los vecinos, el principal problema es el ruido", asegura Vicente Eliçabe, de 20 años, que vive en San Telmo, en el edificio que en su planta baja alberga a un local de la cervecería On Tap. "A partir del miércoles, todas las noches hasta las 3 de la mañana hay un quilombo bárbaro de la gente que se junta en la vereda e incluso en la calle a tomar cerveza", cuenta Vicente, que agrega que los vecinos ya han realizado denuncias ante la fiscalía, han llamado a la policía en reiteradas ocasiones e incluso actualmente han contratado a un abogado para que dé curso a su reclamo.

Mientras Vicente charla en la vereda de Caseros al 400, allí donde la calle se hace bulevar antes de morir en parque Lezama, la gente comienza a poblar las cuatro mesas altas que On Tap ha instalado en la vereda. Es temprano, casi las ocho de la noche de un martes, y aunque no se ha colmado el espacio previsto por la cervecería para disfrutar de una pinta a la luz de la luna, algunos grupos y parejas ya tomaron el cordón central del bulevar. A partir del miércoles hasta el sábado el paisaje cambia: decenas de clientes copan la calle de vereda a vereda. "Es más agradable y más desestresante sentarse acá en la calle", dice Lucas Bordieri, de 23 años; en su mano, una pinta de cerveza rubia. "Venimos después del trabajo a tomar un poco de aire fresco y una cervecita -agrega su amigo, Alan Roberto, de 25-. Esta cuadra es poco transitada y mucho más habitable que otras. ¡Estaría bueno que los fines de semana se cierre la calle!"

"O la hacés peatonal o tenés que poner orden", opina por su parte Vanesa, vecina de la cuadra, que no ve con buenos ojos el uso del espacio público propuesto por los clientes de la cervecería. "Yo vengo con el auto y como hay gente sentada en la calle tengo que andar a dos por hora y con 58 ojos. Si el tipo está en la vereda no me molesta, pero en la calle, sí", agrega.

Desde el Ministerio de Ambiente y Espacio Público del gobierno porteño reconocen que si bien hay denuncias en torno a los ruidos molestos que ocasionan estas cervecerías abiertas a la calle, el exponencial incremento del número de estos locales no se tradujo en un aumento proporcional de los reclamos. Con respecto al consumo de bebidas alcohólicas en la calle aclaran que "no está prohibido" y agregan: "Lo que sí está prohibido es el expendio en la vía pública". Sin embargo, advierten desde la Fiscalía que el local que expende bebidas alcohólicas que luego son consumidas fuera del espacio habilitado (interior del local y mesas en la vereda) incurre en una falta punible.
Cuestión de convivencia

"A grandes rasgos, la convivencia con los vecinos viene bien", afirma Martín Casanova, de 30 años, uno de los propietarios de Growlers. "Al principio, cuando uno pone un bar, los vecinos están contentos: «qué bueno que pusieron luces en la calle», «que pintaron». Después empieza el tema del ruido, porque es imposible evitar que si se junta gente en la calle hable y converse, y ahí surgen los problemas. Pero estamos convencidos de que es una cuestión de convivencia", dice.

"Vivir en un lugar como Palermo tiene sus pros y sus contras", afirma Pablo Paz, mirando ahora el tema ya no como habitué de Growlers, sino como vecino. "Para los de la zona, puede ser complicado cuando querés descansar. Pero no deja de ser un barrio tranquilo, con mucha seguridad por la misma presencia de la gente que viene. Lo que no quita que para muchos sea una molestia".

Fuente: La Nación 

Link: http://www.lanacion.com.ar/1995056-la-batalla-por-las-veredas

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viernes, 7 de abril de 2017

La batalla por las veredas

Las cervecerías artesanales se expanden hacia la calle: mientras los habitués celebran la reapropiación del espacio público, los vecinos se sienten invadidos


Con guirnaldas de luces y banderines de colores como techo, medio centenar de personas disfruta de unas de las últimas noches de verano ahí donde el palermitano pasaje Cabrer desemboca en Gurruchaga. Algunos están sentados en los bancos largos que la cervecería Growlers tiene en su frente, otros a sus altas mesas, y no son pocos los que directamente se instalan -reglamentaria pinta de cerveza en mano- en el cordón de la vereda o incluso sobre el empedrado de la ochava. No hay música, pero sí un constante murmullo de voces del que sobresale de tanto en tanto alguna risa o exclamación de bienvenida.

"Me gusta la calle", dice Pablo Paz, de 39 años, que vive a unas cuatro cuadras de Growlers, a donde acude un par de noches de semana con sus amigos a tomar una cerveza en la vereda del bar, a modo de aperitivo. Esta noche lo acompañan Juampi y Pablo; también Camila, cruza de labrador y golden, que toma agua de una bandejita de plástico mientras el grupo charla. "Juntarse con amigos en la vereda es romper un poco el molde de Palermo, es una opción mucho más relajada que ir a un bar donde está lleno de gente y no podés hablar. Obvio que uno trata de no molestar a los vecinos", agrega Pablo, que vive a cuatro cuadras.

Claro que no todos los vecinos están tan conformes con la moda impuesta por las cervecerías artesanales porteñas-especialmente en primavera/verano- de reunirse a tomar una pinta en la vereda. Hay quejas, también alguna que otra denuncia, que tienen como eje ese manso pero constante bullicio que emana de la gente reunida a la puerta de estos bares.
"Aunque nunca hubo una confrontación ni nada por el estilo, tuve que ir a quejarme un par de veces al bar de la esquina para pedir que la gente no hable tan fuerte y que no se acode en la ventana de mi casa", cuenta Pablo Mastrovicenzo, que viven en el pasaje Cabrer, compartiendo medianera con Growlers. A fin de año, agrega, "hice una denuncia en la fiscalía porque en las Fiestas extendieron el horario hasta las 7 de la mañana". Pablo reconoce, sí, que la apertura del bar a fines de octubre pasado iluminó el pasaje hasta entonces bastante oscuro.

Sucede que el uso de la vereda como extensión de las cervecerías, más allá del espacio delimitado para las mesas, es una constante que hoy se verifica no sólo en Palermo, sino también en barrios como San Telmo, Belgrano, Colegiales o Núñez, entre otros, donde la pinta after office ya se ha convertido en una costumbre.

"El plan es una cerveza y a casa. Paso por el bar al terminar mis actividades de la semana (hoy vengo de una clase de canto), y luego sigo mi viaje", cuenta Agustina Ginanni, de 25 años, y bebe un sorbo de una red scottish que hasta hace dos minutos descansaba sobre la tapa de un cesto de basura adosado a un poste, una suerte de límite geográfico entre la vereda de la cervecería Nola y la casa lindera. Ella sabe que, si a avanza un par de pasos paralelos a Gorriti, en dirección sur, entrará en la vereda del vecino y eso hará que la mesera, que cada diez minutos sale a recoger los vasos de vidrio vacíos, le pida amablemente que vuelva al terreno del bar.

Son las reglas del juego. Después de todo, hay un código de conducta tácito, que la mayoría respeta, y que implica no elevar el tono de voz y no ensuciar la vereda. En algún momento de la noche, alguna pinta se hará añicos contra el suelo, pero los vidrios pronto serán barridos, a sabiendas de que no sólo representa un peligro para los transeúntes, sino también para el negocio.

"La regla al estar afuera es no invadir la propiedad del vecino -dice Nicolás Di Julio, encargado de noche de Nola-. Si bien usamos todo el ancho de la vereda, y nos extendemos a la esquina, donde hay un local vacío, pedimos constantemente a los clientes que no vayan para el lado donde hay casas. Al mismo tiempo, tratamos de mantener el orden; al final del servicio, todos los días, hacemos una limpieza a fondo de la vereda nuestra y la de nuestro vecino, para mantener el orden y la paz".

Una recorrida nocturna por algunas de las más convocantes cervecerías que hacen de las veredas de la ciudad de Buenos Aires una extensión de su local sugiere que no es el tema de la limpieza del espacio público el punto de desencuentro con los vecinos (hay que señalar aquí una clara diferencia entre estos bares, que ponen más o menos empeño en limpiar la suciedad que genera su actividad y los kioskos que venden bebidas alcohólicas y en cuyas veredas se amontonan las latas de cerveza o los vidrios rotos de las botellas). Lo conflictivo, parece, es lo que los vecinos catalogan en sus denuncias como "ruidos molestos".
El ruido y la calle

"Para los vecinos, el principal problema es el ruido", asegura Vicente Eliçabe, de 20 años, que vive en San Telmo, en el edificio que en su planta baja alberga a un local de la cervecería On Tap. "A partir del miércoles, todas las noches hasta las 3 de la mañana hay un quilombo bárbaro de la gente que se junta en la vereda e incluso en la calle a tomar cerveza", cuenta Vicente, que agrega que los vecinos ya han realizado denuncias ante la fiscalía, han llamado a la policía en reiteradas ocasiones e incluso actualmente han contratado a un abogado para que dé curso a su reclamo.

Mientras Vicente charla en la vereda de Caseros al 400, allí donde la calle se hace bulevar antes de morir en parque Lezama, la gente comienza a poblar las cuatro mesas altas que On Tap ha instalado en la vereda. Es temprano, casi las ocho de la noche de un martes, y aunque no se ha colmado el espacio previsto por la cervecería para disfrutar de una pinta a la luz de la luna, algunos grupos y parejas ya tomaron el cordón central del bulevar. A partir del miércoles hasta el sábado el paisaje cambia: decenas de clientes copan la calle de vereda a vereda. "Es más agradable y más desestresante sentarse acá en la calle", dice Lucas Bordieri, de 23 años; en su mano, una pinta de cerveza rubia. "Venimos después del trabajo a tomar un poco de aire fresco y una cervecita -agrega su amigo, Alan Roberto, de 25-. Esta cuadra es poco transitada y mucho más habitable que otras. ¡Estaría bueno que los fines de semana se cierre la calle!"

"O la hacés peatonal o tenés que poner orden", opina por su parte Vanesa, vecina de la cuadra, que no ve con buenos ojos el uso del espacio público propuesto por los clientes de la cervecería. "Yo vengo con el auto y como hay gente sentada en la calle tengo que andar a dos por hora y con 58 ojos. Si el tipo está en la vereda no me molesta, pero en la calle, sí", agrega.

Desde el Ministerio de Ambiente y Espacio Público del gobierno porteño reconocen que si bien hay denuncias en torno a los ruidos molestos que ocasionan estas cervecerías abiertas a la calle, el exponencial incremento del número de estos locales no se tradujo en un aumento proporcional de los reclamos. Con respecto al consumo de bebidas alcohólicas en la calle aclaran que "no está prohibido" y agregan: "Lo que sí está prohibido es el expendio en la vía pública". Sin embargo, advierten desde la Fiscalía que el local que expende bebidas alcohólicas que luego son consumidas fuera del espacio habilitado (interior del local y mesas en la vereda) incurre en una falta punible.
Cuestión de convivencia

"A grandes rasgos, la convivencia con los vecinos viene bien", afirma Martín Casanova, de 30 años, uno de los propietarios de Growlers. "Al principio, cuando uno pone un bar, los vecinos están contentos: «qué bueno que pusieron luces en la calle», «que pintaron». Después empieza el tema del ruido, porque es imposible evitar que si se junta gente en la calle hable y converse, y ahí surgen los problemas. Pero estamos convencidos de que es una cuestión de convivencia", dice.

"Vivir en un lugar como Palermo tiene sus pros y sus contras", afirma Pablo Paz, mirando ahora el tema ya no como habitué de Growlers, sino como vecino. "Para los de la zona, puede ser complicado cuando querés descansar. Pero no deja de ser un barrio tranquilo, con mucha seguridad por la misma presencia de la gente que viene. Lo que no quita que para muchos sea una molestia".

Fuente: La Nación 

Link: http://www.lanacion.com.ar/1995056-la-batalla-por-las-veredas

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