Buenos Aires, ciudad segregada
La tendencia creciente hacia la segregación residencial evidencia el fuerte proceso de fragmentación social y urbana por el que atraviesa la ciudad. ¿Es una situación espontánea o está impulsada por políticas activas?
Hasta los años ´80 el desarrollo urbano tendía a concentrar a la población de mayores ingresos en las áreas consolidadas y ofrecía gradientes de decrecimiento social y físico hacia la periferia. Así, los sectores medios aseguraban cierta distancia entre ricos y pobres, con espacios públicos de calidad en el centro y espacios deteriorados en los bordes.
La pobreza informal se recluía en aglomeraciones de áreas periféricas. Sin embargo, en la actualidad, muchos de los nuevos desarrollos residenciales de prestigio han abandonado sus barrios tradicionales de concentración para alojarse en zonas de periferia –sitio de residencia tradicional de los sectores pobres–, acortando las distancias entre sí en la disputa por el territorio.
Con menor separación física entre grupos sociales, se consagran marcados contrastes y una distribución asimétrica de oportunidades. El espacio público expresa las desigualdades urbanas en respuesta a esas fuertes diferencias sociales. Entonces, el proceso creciente de segregación de grupos pauperizados genera una periferia homogéneamente pobre. Más que por condiciones étnicas, migratorias, religiosas o etarias, la segregación residencial que afecta a Buenos Aires es predominantemente de carácter socioeconómico. Esto determina un distanciamiento social de la población en el territorio. En efecto, así planteada, esta segregación corresponde a un proceso de formulación de acuerdos colectivos.
Entonces, la segregación en la ciudad no trataría de un proceso espontáneo sino, por el contrario, de un proceso construido. Cuando se consolida la homogeneidad social en el espacio los efectos se tornan negativos, porque las minorías son excluidas y empujadas hacia áreas peores y se produce la desintegración social entre pobres, impulsados por el mercado de tierras.
La ocupación reciente por sectores de altos ingresos en áreas de periferia, en territorio de población pobre, intensifica la separación y promueve una aproximación de diferentes grupos sociales en el espacio. Allí entonces surgen los puestos de seguridad, los altos muros y los cercos electrificados al mismo tiempo que disminuye la distancia física entre ricos y pobres.
Asimismo, el intenso desarrollo inmobiliario de las periferias ha contribuido a intensificar también la segregación, que se tornó más aguda en una superficie más reducida. Y, por otro lado, los programas habitacionales impulsados por el Estado eligen localizarse en aquellos suelos más depreciados, asentando pobres donde ya los había, consolidando pobreza donde ya existía. El Estado fija tamaños mínimos de lotes, usos del suelo y condiciones de edificación. El nuevo paisaje de la ciudad, homogéneo en pobreza y en desigualdades, forma parte de políticas impulsadas y sostenidas oficialmente.
La segregación residencial de Buenos Aires no resulta ser un proceso tendencial sino, por el contrario, provocado, inducido, planificado e instituido. Como este tipo de dinámicas está vinculado a la propia acción del Estado, existen pues oportunidades para operar con estrategias que tiendan al control de sus efectos.
La segregación genera problemas urbanos de accesibilidad y de falta de servicios y de equipamientos, y otros sociales derivados del aislamiento físico. Si bien las distancias sociales se han incrementado, en los mismos términos se han reducido las espaciales. Esta aproximación conduce a procesos de fortificación extrema de unos y de desintegración social de otros.
En este marco, uno de los objetivos centrales de toda política debiera ser el incremento de la diversidad social en el espacio. El fortalecimiento de identidades territoriales y del sentido de pertenencia a un barrio es una efectiva manera de intervención para asegurar un mayor acceso a la ciudad por parte de los diferentes sectores sociales, incluso los más vulnerables.
La intervención directa sobre las áreas de guetización, sobrepobladas, tugurizadas y vandalizadas, permitiría generar nuevos desarrollos residenciales en áreas medias. Asimismo, es importante colaborar en el impulso a grupos de minorías a partir de su sobre-representación, de modo de instalar diversidad donde no la había, consolidando a las pequeñas comunidades locales.
También es necesario abordar aquellos problemas de desintegración social y de violencia de muchos barrios populares de la ciudad. Por otro lado, en el menú de políticas a aplicar, debieran promoverse mecanismos de transferencia del potencial constructivo de áreas a preservar hacia otras estratégicas a desarrollar, de modo de evitar alzas especulativas de los precios del suelo.
Buenos Aires debe asumir sus problemas crecientes de segregación residencial. Solo así podrá comenzar luego a aplicar programas de actuación en favor de una movilidad social ascendente que reoriente a las dinámicas urbanas y que promueva un mayor acceso a la ciudad, con una mayor interacción física entre grupos que comparten el territorio.
Cabe destacar que la provincia de Buenos Aires acaba de aprobar la denominada Ley de Acceso Justo al Hábitat. Esta disposición afecta a los emprendimientos privados con predios con más de 5.000 m2 de superficie, que deberán ceder “el 10 % de la superficie o su equivalente en dinero” para el desarrollo de viviendas sociales. De esta manera comienza a promoverse como política la mixtura social, la articulación entre las diferencias.
Fomentar la reintegración social y urbana es fundamental para el abordaje de la segregación en la ciudad. Sin embargo, en todos estos procesos hay un papel de liderazgo político en favor del derecho a la ciudad que el Estado indelegablemente debe asumir. De no ser así, deberemos resignarnos a vivir en una ciudad cada vez más fragmentada, más injusta, más violenta.
Fuente: Clarin ARQ
Link: http://arq.clarin.com/urbano/Buenos-Aires-ciudad-segregada_0_822517985.html
Buenos Aires, ciudad segregada
La tendencia creciente hacia la segregación residencial evidencia el fuerte proceso de fragmentación social y urbana por el que atraviesa la ciudad. ¿Es una situación espontánea o está impulsada por políticas activas?
Hasta los años ´80 el desarrollo urbano tendía a concentrar a la población de mayores ingresos en las áreas consolidadas y ofrecía gradientes de decrecimiento social y físico hacia la periferia. Así, los sectores medios aseguraban cierta distancia entre ricos y pobres, con espacios públicos de calidad en el centro y espacios deteriorados en los bordes.
La pobreza informal se recluía en aglomeraciones de áreas periféricas. Sin embargo, en la actualidad, muchos de los nuevos desarrollos residenciales de prestigio han abandonado sus barrios tradicionales de concentración para alojarse en zonas de periferia –sitio de residencia tradicional de los sectores pobres–, acortando las distancias entre sí en la disputa por el territorio.
Con menor separación física entre grupos sociales, se consagran marcados contrastes y una distribución asimétrica de oportunidades. El espacio público expresa las desigualdades urbanas en respuesta a esas fuertes diferencias sociales. Entonces, el proceso creciente de segregación de grupos pauperizados genera una periferia homogéneamente pobre. Más que por condiciones étnicas, migratorias, religiosas o etarias, la segregación residencial que afecta a Buenos Aires es predominantemente de carácter socioeconómico. Esto determina un distanciamiento social de la población en el territorio. En efecto, así planteada, esta segregación corresponde a un proceso de formulación de acuerdos colectivos.
Entonces, la segregación en la ciudad no trataría de un proceso espontáneo sino, por el contrario, de un proceso construido. Cuando se consolida la homogeneidad social en el espacio los efectos se tornan negativos, porque las minorías son excluidas y empujadas hacia áreas peores y se produce la desintegración social entre pobres, impulsados por el mercado de tierras.
La ocupación reciente por sectores de altos ingresos en áreas de periferia, en territorio de población pobre, intensifica la separación y promueve una aproximación de diferentes grupos sociales en el espacio. Allí entonces surgen los puestos de seguridad, los altos muros y los cercos electrificados al mismo tiempo que disminuye la distancia física entre ricos y pobres.
Asimismo, el intenso desarrollo inmobiliario de las periferias ha contribuido a intensificar también la segregación, que se tornó más aguda en una superficie más reducida. Y, por otro lado, los programas habitacionales impulsados por el Estado eligen localizarse en aquellos suelos más depreciados, asentando pobres donde ya los había, consolidando pobreza donde ya existía. El Estado fija tamaños mínimos de lotes, usos del suelo y condiciones de edificación. El nuevo paisaje de la ciudad, homogéneo en pobreza y en desigualdades, forma parte de políticas impulsadas y sostenidas oficialmente.
La segregación residencial de Buenos Aires no resulta ser un proceso tendencial sino, por el contrario, provocado, inducido, planificado e instituido. Como este tipo de dinámicas está vinculado a la propia acción del Estado, existen pues oportunidades para operar con estrategias que tiendan al control de sus efectos.
La segregación genera problemas urbanos de accesibilidad y de falta de servicios y de equipamientos, y otros sociales derivados del aislamiento físico. Si bien las distancias sociales se han incrementado, en los mismos términos se han reducido las espaciales. Esta aproximación conduce a procesos de fortificación extrema de unos y de desintegración social de otros.
En este marco, uno de los objetivos centrales de toda política debiera ser el incremento de la diversidad social en el espacio. El fortalecimiento de identidades territoriales y del sentido de pertenencia a un barrio es una efectiva manera de intervención para asegurar un mayor acceso a la ciudad por parte de los diferentes sectores sociales, incluso los más vulnerables.
La intervención directa sobre las áreas de guetización, sobrepobladas, tugurizadas y vandalizadas, permitiría generar nuevos desarrollos residenciales en áreas medias. Asimismo, es importante colaborar en el impulso a grupos de minorías a partir de su sobre-representación, de modo de instalar diversidad donde no la había, consolidando a las pequeñas comunidades locales.
También es necesario abordar aquellos problemas de desintegración social y de violencia de muchos barrios populares de la ciudad. Por otro lado, en el menú de políticas a aplicar, debieran promoverse mecanismos de transferencia del potencial constructivo de áreas a preservar hacia otras estratégicas a desarrollar, de modo de evitar alzas especulativas de los precios del suelo.
Buenos Aires debe asumir sus problemas crecientes de segregación residencial. Solo así podrá comenzar luego a aplicar programas de actuación en favor de una movilidad social ascendente que reoriente a las dinámicas urbanas y que promueva un mayor acceso a la ciudad, con una mayor interacción física entre grupos que comparten el territorio.
Cabe destacar que la provincia de Buenos Aires acaba de aprobar la denominada Ley de Acceso Justo al Hábitat. Esta disposición afecta a los emprendimientos privados con predios con más de 5.000 m2 de superficie, que deberán ceder “el 10 % de la superficie o su equivalente en dinero” para el desarrollo de viviendas sociales. De esta manera comienza a promoverse como política la mixtura social, la articulación entre las diferencias.
Fomentar la reintegración social y urbana es fundamental para el abordaje de la segregación en la ciudad. Sin embargo, en todos estos procesos hay un papel de liderazgo político en favor del derecho a la ciudad que el Estado indelegablemente debe asumir. De no ser así, deberemos resignarnos a vivir en una ciudad cada vez más fragmentada, más injusta, más violenta.
Fuente: Clarin ARQ
Link: http://arq.clarin.com/urbano/Buenos-Aires-ciudad-segregada_0_822517985.html
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